Por supuesto que no hablaré de las religiones que los demás practiquen. Me limitaré a decir lo poco que conocí de aquellas en las que alguna vez estuve.
Me eduque, si así se puede llamar, con los hermanos de las escuelas cristianas. Todos los días había misa a las siete de la mañana, hacíamos los primeros viernes y la vida tenía un alto componente de la religión católica. ¡Qué pereza misa diaria! Para ajustar la cuota, mi papá nos llevaba todos los domingos y fiestas de guardar a la misa de precepto. Eran siete misas a la semana. ¡Qué jartera! Sin embargo, de esa educación surgió un joven, modelo de modelos. De allí surgió un modelo, no por convicción sino por temor. ¿Infierno? Que miedo, por Dios. Temeroso hasta el extremo y por eso mismo inclinado a hacer todo lo que me dijera cualquiera y mucho más si estaba revestido con algún rol que representará la autoridad. Mi miedo, porque era mucho más que temor, me impedía confrontar cualquier cosa que me dijeran por muy dolido que me sintiera con lo que me decían y hacían. Jamás supe cuestionar ninguna de esas enseñanzas por muy absurdas que fueran. El primer atisbo de que uno podía rebelarse fue cuando leí la manera con que ilustraba Demian a Emilio Sinclair, el protagonista de Demian, sobre Caín y Abel. ¡Caín era el bueno! No quedé muy convencido, pero allí se sembró mi primera semilla de incredulidad. Aun recuerdo el susto que sentí cuando conscientemente pasé por una iglesia y no me eche la bendición. Fue muy difícil salir de ese condicionamiento Dios-religión-miedo.
Cuando terminé mi bachillerato, me tocó censar en una parte del barrio La Milagrosa de Medellín. Todas las parejas eran casadas pero al finalizar me encontré con una que dijo vivir en unión libre, me asusté tremendamente, pensé estar viéndomelas con el diablo y observaba y observaba al señor a ver como eran los pecadores extremos, finalmente no pude observar nada que me llamará la atención, sin embargo fue para mi una experiencia inolvidable.
No fue definitivamente muy productivo para mí el contacto que por más de 12 años tuve con la religión católica. Desde hace muchos años no creo en esta religión ni en sus enseñanzas, ni en su autoridad para orientar a nadie por ignorante que sea. Conservo si, un gran aprecio por dos sacerdotes que conocí, los respeto y veo que hacen lo mejor que pueden por ayudar a su comunidad, conservando su independencia sin cambiar por poder político el aprecio que les tienen.
Cuando era niño, había en mi barrio una capilla de la iglesia evangélica. Nos causaba mucho placer burlarnos de sus permanentes cánticos que no entendíamos ni eran acostumbrados en las ceremonias religiosas a las que asistíamos. Las iglesias de esta clase eran muy escasas en nuestra ciudad.
Años después, a raíz del crecimiento del movimiento de Golconda, los EE.UU. diseñaron una estrategia orientada a minimizar la influencia de este movimiento entre los pobres. La mejor manera que encontraron fue crearles la competencia y por ello invirtieron, con muy buenos resultados, en multiplicar las comunidades religiosas no católicas en Latino América. Nunca creí que me fuera a involucrar con ellas, pero una cosa piensa el burro y otra el que lo está enjalmando.
En una de las numerosas ocasiones en que me vi sin para donde coger, resulté internado en un centro dirigido por pastores de una iglesia evangélica de Bello. A los ocho días era yo el más ferviente seguidor de la palabra. Ya hablaba con mucha propiedad de libros y versículos. Estuve con ellos unos dos meses, al final, comencé a trabajar durante el día y dormía allá en la noche. El pastor, no faltaba más, comenzó a reclamar en sus predicaciones la parte de lo que me daban que le correspondía a la iglesia como diezmo a que la iglesia tiene derecho de acuerdo a la palabra. A pesar de toda mi credulidad, el cuento no me entró y continué sin darle a la iglesia ni un centavo. Realmente no me alcanzaba. Poco después comencé a trabajar y ahí si cumplí con los diezmos en una ocasión. También, que descaro, obligué a mi hijo que me había ayudado en un trabajo a que pagará diezmos por su salario, se los saqué por derecha. Tenía quince años y yo 45:
- Vos sos bobo, dales tu plata si querés, pero porque la mía.
- Juan, ahí está la felicidad. ¿No ves como me mantengo de contento?
- ¿La felicidad? ¿Cuál felicidad? Estás alienado.
A pesar de sus argumentos, le impuse mi punto de vista. El, claro está que se enojo bastante y siempre consideró que yo le había robado esa plata. Así somos los fundamentalistas, estamos convencidos de tener la razón y hay de quien caiga en nuestras manos. Fue tanto el descaro de este pastor que me ayudó a que recuperará por fin el juicio y nunca volví a dejarme manipular con argumentos bíblicos.
Hoy en día digo como Serpa “Ni chicha ni limoná”, pero entre los dos definitivamente me quedó con las sacerdotes, por lo menos tienen más cultura y ni de fundas se les ocurren las cosas que se les ocurrían a los pastores que conocí, Francamente que habilidad para abusar de la ignorancia y credulidad de sus discípulos.
Enero 16 de 2007
viernes, 16 de enero de 2009
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3 comentarios:
Me parece innecesario desnudarse ante todos sin razón.
El otro dia lei que las razones que nos llevaban a dios eran siempre bastante terrenales. Pero no, no es muy terrenal que a uno se lo lleve el putas.
Pues bueno, despues del regaño del primer comentarista quien aboga por un poco de sensates entonces pongo un versito relacionado con los correligionarios, es de pension de mala muerte de Bukowski.
"... y lo peor de todo:
la total ausencia de esperanza
los envuelve, los cubre totalmente.
No se puede soportar
Te levantás
Salís
Caminas por las calles
Subís y bajás aceras
Pasas edificios
Doblas la esquina
Y volvés a subir
la misma calle
pensando
todos esos hombres
fueron niños una vez
¿qué les pasó?
¿y que me pasó a mi?
Esta oscuro y hace frío ahí fuera"
Se le olvido: buscan deseperadamente una guayaba ...
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