sábado, 31 de octubre de 2009

Seis basucos para una convalecencia.

Nada más aterrador que quedarse sin un basuco y tener una posibilidad de conseguirlo igual a cero. Ese día, tenía en mi correa, sitio donde los guardaba celosamente, seis basucos. Muy preocupado porque se me agotaba el tiempo para conseguirme un peso para comprar más, miraba y miraba, volteaba y volteaba tratando de encontrar a alguien que me ajustara con que comprar por le menos tres más. Mi mayor esperanza era Nanico, un antiguo amigo de infancia, cada que me lo encontraba me daba de dos a cinco mil pesos y frecuentaba la zona de Maracaibo con Palacé en donde yo me encontraba, mi otra esperanza, muy remota por cierto era un hijo con quien me había quedado de encontrar allí cerca, en el salón de ajedrez Philidor. Mi hijo era duro como el acero. Con muchas dificultades me soltaba, muy ocasionalmente, mil pesos. Por esa razón estaba concentrado en Nanico, recorrí por lo menos quince veces las dos medias cuadras en donde me lo podía encontrar y nada de nada, en el último recorrido de ese atardecer, estaba pensando en como fumarme uno de los seis que tenía, minimizando la posibilidad de que Nanico me pillará o que todavía peor se me fuera a ir sin verlo si es que estaba en esa zona.

Con la duda atravesándome, recuerdo que iba a cruzar de la salida del Pasaje Junín Maracaibo hacia el Hotel Nutibara cuando me vi volando. No sentí absolutamente nada, un señor se bajó de un taxi muy preocupado, me recogió del suelo a donde había ido a caer, en ese momento me di cuenta que me habían atropellado. Si sentir nada, me toqué por todas partes y le dije al señor que se fuera que no tenía nada.

El señor, sin hacerme caso, me dijo:

- Vamos, venga lo llevo a una clínica a que lo revisen.
- No señor, no es necesario, no me pasó nada. En esas se me acercó otro señor y me dijo:
- Amigo, hágale caso es mejor que lo revise un médico, ese carro siempre lo levantó muy duro.
- Le hice caso y me dirigí al carro, momento que aprovechó el señor para decirme en voz muy baja:
- Hermano, déme esos cosos, que de pronto se los pillan en la clínica.

No me explico como se dio cuenta de mi tesoro, pero eso si es mucho optimismo.

- Primero muerto, ¿está loco o qué?- le contesté. Oigan a este, no se preocupe por mí.
- Venga pues lo acompaño.
- No hermano, me voy sólo y apresuradamente me monté al carro y el chofer afortunadamente arrancó sin esperar más.

Me dijo el chofer que fuéramos al CES que era una clínica buena y cercana, allá nos dirigimos y a mi lo único que me preocupaba eran mis basucos, los escondí apresuradamente en donde no tuviera riesgo de que me los encontraran en la clínica si acaso me tenía que quitar la ropa.

Llegamos al CES y fui beneficiario, sin saber que era eso, del SOAP, el chofer hizo los trámites del caso y no hubo ninguna dificultad para que me dejaran en la clínica para los exámenes de rigor. Hice llamar a mi hijo al sitio de encuentro para que le contaran de mi accidente y afortunadamente lo encontraron. En este momento no estoy seguro pero creo que hasta la mamá de mis hijos, de quien me encontraba separado hacía muchos años, se apareció por allí.

Es increíble, pero tenía la clavícula quebrada y no había sentido dolor alguno, no recuerdo si sentí algo después de que llegué a la clínica, lo que si recuerdo era la ansiedad que me acogotaba sabiendo lo que tenía escondido.

Mi hijo llegó al rato y fue para mi gratísima compañía. No recuerdo nada sobre mi curación. Creo que al final me pusieron una tira para cargar mi brazo, sin enyesarme ni nada parecido a lo que acostumbré a usar en mis anteriores quebradas. También creo que salí con mi hijo caminando por las calles de Prado hacía mi residencia, si es que acaso la tenía en esa época.

La verdad no se de que manera terminé fumándome mis seis basucos, estoy seguro de que me los fumé, no se si después de que me alejara de mi hijo con cualquier pretexto para poder fumármelos o si fue que después de que él me llevara a mi hipotética casa, salí raudo a fumarme lo que tenía. ¿Imagina alguien las dificultades para armar un basuco con una sola mano? Es mejor no imaginárselas, los recursos del ser humano son infinitos y estoy seguro del alarde de paciencia que tuve que tener para armarlos y fumármelos uno detrás del otro.

Un abrazo a quien siempre estuvo conmigo en esas dolorosas épocas, no importan las razones por las que lo hiciera. Lo cierto es que su compañía fue un bálsamo en tantas horas de miseria y de dolor no sentido.

Me imagino su inconformidad por este mi insustancial agradecimiento, La realidad es que esa palabra define muy bien lo que yo era: un ser insustancial en su forma pero mera sustancia en su esencia. Juan David tiene que excusarme por este párrafo, evidentemente me inspiré en Carolina Sanín y eso es porque también quiero estar por lo menos en la antología que él publicará algún día.

Amen, amen y amen

Algunos de los muertos que me rozaron

El primero fue Hernancito, tomaba pastillas de seconal y apacil por allá en los años sesenta y murió a sus 20 años por una sobredosis. Era mi amigo y se degeneró consumiendo trago pastillas y marihuana.

El bizco Ochoa, lo mataron a sus veintidós años, era compañero de farra de Hernancito y lo mataron después de un atraco.

La gorda Mora, consumidora de basuca con monedas conseguidas en sus recorridos nocturnos, pedía plata al que se le atravesara para consumir con su mejor amiga. Ésta la hizo matar porque la mantenía cansada.

El negro Juan, lo mataron porque se equivocó al atracar a un tipo demasiado bravo. También consumía basuca junto a la facultad de medicina de la UDA.

Banano, jíbaro de la esquina donde consumía el negro Juan, lo mataron por la misma razón del negro.

Quique, rebuscador de la esquina donde consumía el negro Juan, lo mataron por la misma razón del negro. El atraco lo hicieron entre los tres y a los tres se los cobraron.

Miguel, un pastillero que se mantenía donde doña Libia, en el palo con la 42, lo contrataron para matarme, estaba conmigo y se tomó unas patillas para darse valor, logré volármele y regresé a la tres horas y me recibieron con la noticia de que se había matado tirándose en un charco y estaba tan trabado que cayó afuera. No sobra advertir que me volé a las dos de la mañana y el se tiró al charco a la cinco AM. ¡Cómo sería la traba!

Lucía, una jíbara que se encargaba de la droga en una casa en buenos aires, se dedicó a robarles a los clientes tirándoles chuzo, cuando menos lo pensó, llegaron tres tipos a la tres de la mañana y le pegaron dos balazos después de tumbar la puerta. No tuvo tiempo de montar en su caballo.

Cinco vecinos de doña Libia, una noche, precisamente la misma en que atracaron a Marión y la dejaron en pelota, cinco fueron los vecinos que mataron en una masacre que no vi pero no olvido. A la que si vi fue a Marion llegar muerta de la rabia el día de su atraco, en pura almendra a la casa de doña Livia.

Siete fueron los muertos en la Guayana, los mataron para desacreditar el sitio porque no habían pagado la vacuna que semanalmente le daban a la policía. Era un sitio tan deprimente, que a mi, que todo lo había visto, me daba miedo ir. Los muertos eran siete miserables adictos a los que no les importó morir con tal de hacer lo único que sabían: consumir basuca.


El mono, era una persona de aspecto relativamente distinguido, lo mataron de siete balazos, una madrugada en que salió a comprar diez basucos para que le regalaran uno y le pagaron con plomo. Esa noche, en pleno apagón de Gaviria fui yo la persona encargada inicialmente do comprar los basucos de la muerte.

Juanita, trabajaba como campanero donde Javier, era un marica muy apreciado en el negocio de basuca de Javier, una noche me dijeron que lo habían matado y juro que lo vi a la semana siguiente. Después nunca lo volví a ver y me confirmaron que realmente lo habían matado. Nunca supe que pasó: ¿lo ví, lo imagine, me anticipe a su muerte?

Juancito, un pelado que se mantenía escuchando un disco llamado Juanito Alimaña:

"La calle es una selva de cemento
y de fieras salvajes, cómo no
ya no hay quien salga loco de contento
donde quiera te espera lo peor
donde quiera te espera lo peor

Juanito Alimaña con mucha maña llega al mostrador
saca su cuchillo sin preocupación
dice que le entreguen la registradora
saca los billetes, saca un pistolón. ¡Pum! "

y muerto de ganas de hacer una vuelta para salir de pobre. Al final pudo hacer la vuelta, recuerdo la cadena de oro tan estrambótica con la que se la pagaron y recuerdo mejor que tres días después desapareció para siempre porque es muy común que una vuelta la paguen con otra destinada al que hizo la primera.

lunes, 5 de octubre de 2009

Un día en la vida de un adicto.

Mí día realmente comenzaba la víspera y era, siempre, la misma rutina. Antes de acostarme, me pasaba unos minutos decidiendo si me fumaba los dos cosos que tenía o si los guardaba para hacerlo al levantarme. Me despertaba a las 6 de la mañana, lo primero que hacía era un recorderis sobre la decisión tomada, si de pronto me había quedado un basuco de la noche anterior, si lo tenía, eso me elevaba el espíritu, a continuación recordaba cuanto dinero tenía en el bolsillo, por supuesto que era rara la vez en que tenía un peso y nunca tenía más de novecientos. Si tenía algo, me bañaba y pedía desesperadamente el desayuno para irme a fumar el primero, si tenía dos me iba sin desayunar y si no me alcanzaba para un basuco inmediatamente maquinaba la forma en que iba a completar los mil cincuenta pesos que necesitaba para el primero.

Desayunaba y salía, siempre a pie, para irme a esperar a la secretaria de la oficina en la cual “trabajaba”. En el camino, me fumaba siempre uno, dos o hasta tres basucos. Llegaba al parque de Berrio y me paraba a esperar a la secretaria, no sé cuantos giros daba para no perderme su llegada. Normalmente llegaba a las 7:30 de la mañana y la acompañaba en el ascensor para que no se me fuera a escapar. Ella sabía que venía por la plata para desayunar: tres mil doscientos pesos recibía y bajaba aceleradamente para ir a fumarme tres basucos. Recorría cinco o seis cuadras y me los fumaba. Regresaba a la oficina, normalmente a las 8 pasadas y comenzaba a “trabajar”. A veces algo hacía, pero mi único pensamiento era como me conseguía, antes de la hora de almuerzo, mil cincuenta pesos para fumarme uno. Si los conseguía salía y regresaba en quince o veinte minutos y en esas me la pasaba toda la mañana. Desde las 11: 30 comenzaba a planear el almuerzo y a las doce, antes si mi hermano se había ido, pedía la plata para ir a almorzar. El almuerzo consistía en cinco o seis basucos más que me duraban hasta la 1 de la tarde, a la una regresaba a la oficina para seguir “trabajando” y el trabajo consistía en estar siempre atento a la menor oportunidad de irme a consumir. Los sistemas eran muy variados: niña, le decía a la secretaria, déme tres mil pesos para ir a EE.PP y estoy seguro de que ella sabía para que era, pero si mi hermano lo autorizaba y normalmente yo ya lo había embaucado para que me dejara ir, no tenía más remedio que dármelos. Los clientes que yo visitaba en el mes no tenían contadero pero lo que si se contaba muy fácil eran los resultados de esas pretendidas visitas: nulos. Otro sistema era comprar un libro para capacitarme y ocasionalmente esto me resultaba. Me vendían el libro por tres y yo cobraba diez y con la diferencia iba a fumar basuca. A veces también pedía plata para ir donde un compañero que me iba a enseñar algo sobre mi trabajo. ¡Cuánta credulidad en mi hermano!

Al ir acabando la tarde, me preocupaba más que en el resto del día, ya eran los últimos pesos para la comida y la vivienda y por eso estrujaba mi creatividad tratando de conseguirme algún peso adicional. A las cinco o cinco y media salía disparado a gastarme la plata que me habían dado, ese dinero me duraba aproximadamente hasta las siete o siete y media de la noche, entonces, empiece Cristo a padecer. ¿Cómo conseguirse uno mil pesos a esas horas? Ya sabía con quién podía contar, dependiendo del día, hubo personas que nunca me fallaron y hubo otras que nunca cayeron en mis redes. Hasta tenía un excompañero al cual le caía a las cuatro de la mañana al salir del turno de la noche. No se cansó hasta el final, pero se canso. Mi último recurso era el casero, era este un señor, adicto recuperado y ladrón declarado, me prestaba cinco por cincuenta, cuando lograba cuentearlo, aunque normalmente me estrellaba contra los muros, su señora era inconmovible y lo manejaba con el dedo chiquitico.

Todos mis cigarrillos me los fumaba en la calle, pues ya era incapaz de encerrarme en una olla.

Ocasionalmente resultaban recursos extras y cuando eso pasaba me perdía de la oficina hasta el otro día. Esto que cuento ocurrió en los gloriosos, es decir en épocas en que por lo menos tenía un trabajo y unos ingresos diarios garantizados. Hubo épocas más difíciles pero siempre me resultó con que seguirme destruyendo. Como decía un anciano que recogía dinero en los buses para irse a fumar basuca: primero se acaba el helecho que los marranos y aunque es una frase dolorosa para quien se cree muy uva es cierta.