miércoles, 1 de diciembre de 2010

De amarrar

El primero y último libro de autoayuda lo leí en el Hospital mental de Antioquia. No recuerdo el título pero sí que era de un señor Leo Buscaglia. Me impactó. A medida que lo leía me sentía tan compenetrado con lo que allí se decía que me convertí, mentalmente, en otra persona. Lo terminé de leer un sábado en la noche. El domingo me levanté con un ánimo esplendido, eran las 6 de la mañana y me fui al baño con la idea fija de estimular los sentidos como me enseñó el libro. Gocé con el agua como un niño, la disfruté como si la hubiera conocido en este baño, cerraba los ojos y la sentía caer agradablemente por todo mi cuerpo. Terminé el baño, me vestí y salí a la manga a estimular el sentido del oído: para ello me arrecosté en la manga todavía húmeda, afortunadamente el sol tempranero me impidió sentir cualquier clase de frío. Me coloqué de lado y comencé a concentrarme en los ruidos del viento que al parecer nunca antes había escuchado, a los pocos segundo el sonido del viento se fue intensificando de tal manera que me asusté y pensé: me voy a morir, comencé a sentir que como en la historias de los túneles con una luz al final, empezaba a entrar en uno e inmediatamente reaccioné, de igual manera a como había leído en algunas de esas historias, diciéndome, todavía no. El ruido seguía intensificándose y para acabar con él no me quedó otro recurso que ponerme de pie. El ruido cesó inmediatamente pero ya la locura se había desatado en mí: me dije, me voy a morir hoy, pero no todavía, tengo que ponerme en paz con Dios. En ese momento me inventé un ritual: tome un pañuelo limpió, de inmaculada blancura que no sé por qué razón tenía en el bolsillo, lo desdoblé cuidadosamente, me arrodille sobré él, elevé los ojos al cielo y le pedí a Dios misericordia para conmigo; me dije listo, ya me puedo morir tranquilo, algo me dijo, todavía no Juan, apenas estás empezando tu proceso para ponerte en paz con Dios. Repetí ceremoniosamente el mismo ritual tres veces: sacada del pañuelo, extendida en la manga, arrodillada, elevar ojos al cielo, pedir perdón por mis pecados, levantarme, sacudir el pañuelo y guardarlo nuevamente en el bolsillo. Cuando acabé, se me ocurrió que debía hacerlo siete veces y así lo hice.

No sobra resaltar que esto ocurría durante la hora del desayuno y ningún interno estaba excusado para faltar a él. ¡Cómo se reirían los enfermeros! Los imagino viéndome desde lejos hacer lo que hacía sin querer en ningún momento interrumpirme y dejándome absolutamente tranquilo.

Después de las siete veces me disponía a pronunciar en silencio mis últimas palabras: ¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu! Y entonces pensé: los enemigos del hombre son el mundo, el demonio y la carne. Antes de morirme tengo que acabar con ellos para poder hacerlo tranquilo. ¿Qué es el mundo? Me interrogué, después de algunos segundos concluí que el mundo estaba conformado por el prestigio y las clases sociales. Me dispuse entonces a renegar de ellos y para ello procedí a ir adonde todas las personas que tenían una buena posición dentro del hospital y delante de ellos recitaba el mismo monologo: ¿usted cree que es más importante que los demás? ¿Se cree mucho por la posición que tiene? Sepa que no vale nada ni por sus conocimientos ni mucho menos por su posición. En realidad es usted un pobre pendejo prisionero de sus propios prejuicios. Una vez acabado mi discurso, arrancaba para otra oficina hasta recorrer todas a las que pude entrar. Los funcionarios se quedaban simplemente mudos, no podían creer lo que oían y afortunadamente nadie reacciono contra mí. Supongo que inmediatamente detectaban el estado en que me encontraba. Una vez terminada esta cruzada, procedí a derrumbar la separación establecida por las clases sociales. Era complicado, allí prácticamente todos éramos de clase baja, sin embargo me invente la manera de hermanarme con todos y para ello comencé a abrazar y a conversar con todo el mundo. Recibí una acogida impresionante de parte de todos los internos, pues a ellos se reducía mi objetivo.

Una vez derruido el mundo, repetí mi ritual del pañuelo sabiendo que apenas estaba comenzando mi proceso, aun me faltaban el demonio y la carne. Descanse dos o tres minutos mientras pensaba en como atacar a la carne, me pregunté nuevamente ¿Qué es la carne? Aquí la respuesta era inmediata y muy simple: la mujer. ¿Qué hacer? En ese momento divise una gorda y la respuesta fue automática, debía rendirla y después no dejarme vencer por la tentación. Fui donde la gorda y me puse a coquetearle, venciendo mi invencible timidez, pero el asunto lo ameritaba, la gorda se sorprendió y sin embargo me hizo caso, cuando ya la tenía prácticamente en mis brazos, me retiré olímpicamente dejando a la pobre gorda estupefacta. Llegado nuevamente a la manga, contemple a la gorda a lo lejos y me dije: con esta tan fea no es gracia, voy a atacar una más bonita, dicho y hecho, vi una enfermera muy hermosa entrando al botiquín y ni corto ni perezoso me dirigí a ella, cuando intente repetir la actuación anterior casi me pega, me retiré con la cola entre las piernas y me dije, no, realmente con la gordita es suficiente, no caí en la tentación y no estaba ni tan fea. No quise repetir la desoladora experiencia que había tenido con la enfermera. En este momento no me faltaba sino el demonio y lo que es la locura, habían transcurrido casi seis horas, ya eran pasadas las doce, miré hacia el comedor y allá estaban los enfermeros con todos los pacientes en las tareas propias del almuerzo, a mi me seguían ignorando en cuanto a medidas coercitivas. En esas observé como un enfermero moreno, de bozo, me señalaba a uno de sus compañeros, lo observé como ponía un vaso, seguramente con leche y algo que parecía una torta y se dirigía directamente hacia mí, mientras más se acercaba, más se me parecía a Satanás y pensé: ¡el demonio! No puedo caer en la tentación y me dispuse a enfrentarlo valientemente. Cuando llegó hasta mí, me extendió el plato y me lo ofreció:

-Juan Bautista, tómese esta lechita con esta torta, usted debe tener mucho hambre, ni quiera ha desayunado.
-Muchas gracias, le conteste- No tengo hambre, por favor retire eso.
-Extrañamente no insistió y se retiró.
El proceso había terminado. Estaba listo para la muerte. Reinicié mis ritos para entregar el alma a Dios. Supongo que mis ceremonias impidieron que los enfermeros tomaran medidas contra mí. ¡Cómo se reirían! Después de varias oraciones y con mucho fervor por fin me atreví a pronunciar las palabras que estaba seguro me llevaría inmediatamente al creador. Me arrodillé, me levante en profundo silencio y cual Cristo moderno dije fervorosamente: ¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu! Las pronuncié lleno de reverencia y absolutamente convencido de que una vez pronunciadas entregaría mi alma. Esperé algunos segundos y nada pasó, no lo podía creer, no entendía que pasaba y fueron pasando los segundos y nada todavía. Pasados unos pocos minutos me di cuenta de que la cosa iba para largo y no me dejé abatir por la decepción, al contrario, me inundó la absoluta cereza de lo inevitable, pasados un cuarto de hora ¡Caí en la cuenta! Mi muerte no iba a ser una muerte más, ese día, después de las tres de la tarde, llegaría por mí y por los bienaventurados que me acompañarían Jesús en persona: ese día, quien lo creyera, iba a venir Cristo por segunda y última vez. Inmediatamente comencé mi preparación para recibirlo de manera adecuada.

En cuanto a rituales y perdones, no había nada que hacer, ya estaba en paz por todo lo que había hecho en las seis horas anteriores. Me puse a reflexionar en lo que me esperaba cuando Cristo viniera por mí. Para ello, hice un minucioso examen de mi vida. Revise en cuales de los pecados capitales había caído y especialmente si los había superado. Lo que es la ilusión, creía firmemente que todo estaba en un punto óptimo, por supuesto, que en casi todo por el arrepentimiento y deseo de enmienda de que disponen las católicos, y yo era uno de ellos, para cuadrar sus problemas espirituales. Una vez que todo estuvo perfecto, comencé a examinar lo que sabía de mis hermanos y de mis amigos, condoliéndome cuando concluía que estaban en mala situación para lo que llegaría después de las tres, y alegrándome cuando los veía acompañándome en mi próxima bienaventuranza. Los trataba mentalmente con mucho cariño y deseaba intensamente poder comunicarme con ellos para contarles lo que iba a pasar.
Todo esto terminó y entonces me dedique a mi entorno, miré a mí alrededor y me condolí profundamente de los locos que me acompañaban, especialmente de los más desharrapados y humildes. Me dediqué a comunicarles lo que sabía y logré reunir un grupo que me seguía a la manera que los apóstoles lo hacían con el mesías. Era risible ver el grupo de menesterosos que se movían en grupo por todo el pabellón en donde estábamos internados. Nos sentíamos unidos por un profundo amor cristiano y nos hacíamos bromas gozándoos a los que no habían creído la buena nueva. Así pasó el tiempo hasta que llegaron las tres de la tarde y ya podrán imaginar mi sorpresa cuando no paso nada. ¡Qué decepción!

Mi espera y la de mis compañeros, todos creíamos que a las tres en punto sonaría la trompeta, se prolongó más o menos una hora más, en ella me dedique a caminar con mis amigos. Al final, cuando supimos que Cristo no vendría en esta tarde, nos encaminamos a la puerta de salida. Allí, con voz potente le ordené a quien estaba cuidándola que nos abriera, sin inmutarse nos pregunto que para que y sencillamente le dijimos que nos íbamos a ir. Se quedó de una pieza viendo el gentío y sin arredrarse nos miro como se mira a unos pobres locos ¡que descaro! Y nos ordenó con voz más potente aun que nos retiráramos y eso hicimos. Mis queridos amigos se fueron retirando y en pocos minutos estaba completamente sólo y desconcertado. Eran las cuatro de la tarde y contra todas las normas no había comido nada en todo el día ni ningún enfermero me había llamado la atención, mi comportamiento, valga la redundancia era el de un loco perdido y eso al parecer era lo normal allá. Hasta aquí, el día fue una comedia y a partir de este momento se convirtió en lo que pudo ser una tragedia, no recuerdo nada más hasta las 5 y cincuenta de la tarde, era la época más dura de los atentados y el poder de Pablo Escobar, a esa hora, lo recuerdo bien y quien sabe porque evolución de mis pensamientos pensé: a las 6 en punto van a tocar la puerta y ese que toque me va a matar, lo mandó Pablo Escobar, pasaron los minutos y yo me iba aterrorizando pensando en el momento en que fueran las seis. Me fui acercando sigilosamente a la enfermería sin saber con qué intenciones, a las seis en punto lo supe, tocaron la puerta y entre apresuradamente cogiendo unas tijeras que vi encima de un escritorio y salí gritando corriendo hacia la puerta: me van a matar, me van a matar y ahí si reaccionaron los enfermeros: salió uno a cogerme y lo tiré al suelo sin esfuerzo, corriendo apresuradamente por la manga hacía la puerta que seguían tocando insistentemente y yo seguía gritando, se unieron más enfermeros a la persecución y seguí tirándolos al suelo, sin agredirlos con las tijeras, se necesitaron seis para por fin detenerme y mis gritos sobre mi muerte atronaban el Hospital. Los enfermeros me torcieron los brazos para quitarme las tijeras y después de mucho esfuerzo lo lograron. Seguía gritando pero el dolor me venció y les pedí clemencia. Ellos simplemente me arrastraron una pieza aislada. En ella había tres camas todas desocupadas, me llevaron a la del centro y en ella me amarraron de pies y manos sin que pudiera mover nada, fuera de la cabeza, me crucificaron completamente y los demás locos se arremolinaban en la puerta, viendo el espectáculo. En esas alcancé a ver a Giovanni en la puerta de entrada y en mi paranoia comencé a gritar; Giovanni es Pablo Escobar, Giovanni es Pablo Escobar y así seguía gritando, los pacientes se reían, los enfermeros estaban preocupados y yo aterrorizado. Me pusieron varias inyecciones que no tuvieron ningún efecto para calmarme si eso era lo que buscaban. Era tanto mi terror que los enfermeros hicieron retirar a todos los pacientes. Después de revisar muy bien en qué circunstancias me dejaban, cerraron la puerta y me dejaron solo. Vinieron dos o tres veces más a revisarme y por fin se alejaron para no regresar en toda la noche. No sé si dormí algún momento, pero no lo creo. Mi estado de excitación era excesivo. De pronto me di cuenta de mi situación en la pieza, eran tres camas y yo ocupaba la del medio, repentinamente las camas se me transformaron en cruces, estaba en medio de ellas y allí veía a dos personas. Comencé a gritar completamente sorprendido: ¡Yo soy Jesucristo!, ¡Yo soy Jesucristo!, por extraño que parezca no alcancé a relacionar esto con mi espera de toda la tarde, aunque evidentemente se relacionaban. Nadie me escuchaba pero yo seguí gritando, de pronto, me calmé y comencé a conversar con los de las cruces y repetí la conversación de Jesucristo con los dos ladrones que lo acompañaron en su crucifixión. Esto duro bastante rato y al fin pasó, volviendo a aparecer las camas, pero ya no estaban solas. En ellas aparecían dos desconocidos y en el centro, yo ya no era yo, también me había convertido en unos de mis familiares, no recuerdo en cual. De pronto, los rostros de los tres comenzaron a girar y nada se veía de ellos hasta que se detenían los tres al mismo tiempo y yo veía las caras de tres de mis familiares ó las de tres de mis amigos de infancia, en ese loco girar, durante mucho tiempo, fueron apareciendo las caras de todos ellos, al final, ya cerca del amanecer, se detuvieron completamente, en la cama de mi derecha aparecía Jesusa, la mujer que nos había criado, en el centro estaba yo, completamente normal, y en la derecha aparecía Alberto, el menor de mis hermanos hombres. Pensé, ¿con qué esas eran las personas que no podía reconocer?, extrañamente mis vecinos desaparecieron y quedé sólo, completamente calmado, la pesadilla había terminado. Eran cerca de las seis de la mañana, lo sabía por la luz que se filtraba por debajo de la puerta, ya no eran las bombillas, que veía esporádicamente en la noche sino luz natural. Intente moverme y me desesperaron las cuerdas que me ataban. No sé cómo pude soportar esas ataduras por doce horas, pero lo hice. Pacientemente esperé a que llegaran los enfermeros, pues tendrían que llegar y efectivamente no pasó mucho tiempo antes de que abrieran la puerta. Al entrar, me saludaron amablemente y me preguntaron cómo había amanecido, les solicité que me desamarraran, me preguntaron que si lo podrían hacer con tranquilidad, si ya estaba completamente calmado, les dije que sí y me desamarraron con mucha prevención, cuando se dieron cuenta de que realmente estaba tranquilo, me permitieron levantarme y salir de la habitación.

A las siete y treinta de la mañana nos dieron la medicación, a mi me daban una pastilla en las mañanas y se me dejaron venir con unas doce, pusieron mucho cuidado para que me las tomara todas. A las ocho de la mañana desayunamos y al poco tiempo después de terminar me vi casualmente con mi médico, me preguntó sin mucho interés que me había pasado y no le dije nada. Ocho días después estaba saliendo nuevamente del hospital como si nada hubiera pasado pero esas veinticuatro horas permanecerán para siempre en mi memoria.


Juan Bautista Vélez
Diciembre 1 de 2010

martes, 9 de noviembre de 2010

Historia super resumida de un adicto

A raíz de una conversación con un amigo, quien cree que el adicto es un sinvergüenza que se queda ahí porque quiere, decidí hacer un análisis sobre lo que me pasó.
LOS AÑOS GLORIOSOS.
Comencé a beber a los 20 años. Acababa de terminar mi primer año de carrera y me dieron un trabajo por horas en una empresa relacionada con lo que estaba estudiando. Cada que me pagaban me gastaba prácticamente todo lo que recibía en trago. Normalmente comenzaba con los amigos en los cafés de nuestra predilección y terminaba con algunos de ellos en Lovaina, amaneciendo muchas veces. Desafortunadamente en la casa no me exigían colaboración alguna y así aprendí a ser un completo irresponsable. ¿Pude cambiar eso? No lo creo, el ser humano es cómodo por naturaleza y el camino fácil fue el que seguí, ahora, ¿cuál hubiera sido la historia si me hubieran exigido alguna responsabilidad para con mi casa? No lo sé, pero probablemente hubiera aprendido a beberme lo que me sobraba, habría aprendido que se tienen obligaciones para con uno y para con los demás.
Así seguí durante el tiempo que trabajé en esa empresa, unos tres o cuatro años, después comencé a manejar un negocio con un hermano y ganaba muy buen dinero, tampoco me enseñaron a ser responsable y todos los gastos de la casa corrían por cuenta de mi mamá. Cualquiera puede pensar que uno da su contribución por iniciativa propia, quien diga eso no conoce ni por el forro a los seres humanos. Yo estaba convencido que todo me lo tenían que dar, jamás se me paso por la cabeza que, por ejemplo, tuviera que comprar un libro para la facultad de cuenta mía o que siquiera pagara mis pasajes y para colmo de males, a nadie se le ocurrió tampoco enseñarme algo aparentemente tan elemental. Me dejaron crecer haciendo lo que me daba la gana, no conocí límites y aprendí que a la autoridad se la pasaba uno por la galleta, de milagro no me convertí en un criminal aunque, de alguna forma, los que vivimos de manera irresponsable lo fuimos.
Cuando trabajé en el negocio paterno solté la gata: me conseguí una mocita y para esa relación, debido a mi timidez, tenía que beber y vaya si lo hacía, dejé de beber con mis amigos y me dedique a beber con ella, cuando menos pensé dejé de estudiar por completo y decidí dizque irme para Méjico a estudiar y efectivamente lo hice, para irme, viaje a Bogotá con mi amiga, me dejo el avión y fueron otros ocho días bebiendo con ella antes de irme, quince días después estaba nuevamente en Colombia buscando a mi amiga, los compañeros de farra no creían que había estado en Méjico. En ese momento el trago me había cogido mucha ventaja, posiblemente lo habría podido dejar si lo hubiera querido y hubiera buscado la ayuda necesaria. La verdad es que también me quedaba imposible dejarlo porque no me interesaba bajo ningún punto de vista. Llegado a Colombia me bebí todo lo que me quedaba y decidí volver a estudiar. No quise volver a Ingeniería Eléctrica porque habían cambiado el pensum y tenía que ver una materia que ya había visto. Cambie de carrera y encontré un grupo de personas al cual me integré completamente, en eléctrica era una persona totalmente aislada. Ya con un grupo social que me admitía todas mis rascas, seguí bebiendo de igual manera sin que en ningún momento me interesara dejarlo. Sin cambiar mi comportamiento, tres años después terminé mi carrera, comencé a trabajar y me casé. Quince días después de mi matrimonio estaba amaneciendo en la calle como si nunca me hubiera casado. Trabajaba como si no tuviera ninguna obligación con la empresa que me había contratado, amanecía en la calle ocasionalmente y no iba a trabajar con alguna frecuencia. Así trabaje un año. Hasta este momento, había bebido 11 años, todos de manera desastrosa y en ningún momento se me ocurrió dejar el trago, y estaba convencido de que en el momento que quisiera dejar de beber lo haría sin ninguna dificultad.
PRIMEROS PROBLEMAS.
Hasta este momento mis principales problemas eran la cantaleta de mi señora y el susto cuando después de una rasca encontraba la chequera sin cheques y sin saber ni a quién ni por cuánto los había girado.
El 6 de enero de 1974, me emborraché y la embarré de una manera que aun no sé cuál fue, estaba en una finca y el siete me vine para Medellín y continué bebiendo hasta el martes cuando llegó mi señora. Fue la primera vez que intenté dejar de beber, lo hice yendo a alcohólicos anónimos y me sirvió. Pare inmediatamente pero al mes perdí el interés y seguí haciéndolo como si no hubiera pasado nada durante otro año. Me metieron a la cárcel en noviembre de 1975 porque me encontraron cinco pesos de mariguana en el bolsillo, no sé cómo llego eso a mis manos si yo no la consumía. Lo cierto es que estuve tres días en la cárcel de La Ladera y al salir no quería dejarme ver de nadie. Ahí comenzó mi segundo intento por dejar el trago, estuve hospitalizado por primera vez por alcoholismo, allí duré 18 días y salí directo para A.A. Permanecí sin beber durante dos o tres meses al final de los cuales proseguí mi carrera alcohólica. Así seguí otro año, mi comportamiento en todas parte iba empeorando, mis lagunas eran permanentes y vivía de fiado. La plata escasamente me alcanzaba para beber. En la empresa seguían ignorando mis faltas. Me mataba era el sentimiento de culpa para con mis hijos, mi casa y mi empresa. Al finalizar el año de 1976 cambiaron de jefe y era tanta mi culpa por el tratamiento que me daban que renuncié al trabajo en medio de un guayabo atroz y para mi sorpresa, me la aceptaron. Quince días después me dejo la señora y después de otros días de farra, sin un peso en el bolsillo volví a Alcohólicos anónimos. En marzo de 1977 me vinculé laboralmente en mejores condiciones que las que tenía anteriormente, seguía sin beber, hasta que en una fiesta, el gran jefe me incitó a tomarme unos rones y yo ni corto ni perezoso lo hice, que idiotez la mía. Locura, la define A.A., es cometer los mismos errores esperando resultados diferentes. Inmediatamente quedé en la misma situación en que estaba al comenzar el año, y sí, comencé a faltar al trabajo en mi nueva empresa. No hubo diferencias con la anterior, ignoraron todas mis faltas. ¿Pude detenerme en este momento? La verdad es que lo ignoro, lo que sé, es que en los cortos periodos en que la necesidad me empujaba a parar, lograba hacerlo durante unos días con la ayuda médica o de A.A pero siempre volvía a lo mismo. Un año después de estar trabajando en mi nueva empresa consumí marihuana por primera vez en mi vida, a pesar del terror que le tenía. Me dio mucha dificultad hacerlo y lo hice a instancias de una mujer que conocí en Lovaina la zona de tolerancia de Medellín. No lo podía creer, pero esta droga me encantó y aunque solo la consumía cuando tenía relaciones sexuales, éstas eran muy frecuentes y le pagué una pieza a mi amiga donde pasamos numerosas noches consumiéndola. Durante el primer año de esta relación, recibí frecuentes ofrecimientos de basuca y algunas pruebas rápidas de la misma. Como no fumaba se me dificultaba volverme adicto a ella, sin embargo, con el paso de los meses me fue gustando hasta que me agarró por completo. Estas drogas solo las usaba en la misma forma: como afrodisiaco, nunca, en esos primeros años, la use de otra manera. Eso sí, cada vez la usaba con mayor frecuencia. Seis años después de comenzar a fumar basuca, prácticamente me echaron del trabajo. Sentí que se me acababa el mundo. Comencé a trabajar con un hermano y tres meses después estaba ganando más plata que en toda mi vida. Me vinculé por contrato a una empresa que no tenía en Colombia el servicio de sistemas que necesitaba y me convertí en su proveedor de sistemas. Estuve juicioso unos tres o cuatro meses y continué con mayor seriedad mi carrera de autodestrucción. Viví en medio de una fiesta permanente de droga y sexo en donde después de cada capítulo me asaltaban deseos de no seguir drogándome pero se me hacía imposible. Fui por vez primera a un hospital mental y me recluyeron en un pabellón para los que no tenían recursos económicos. Allí estuve aproximadamente un mes, al final del cual salí convencido de mi recuperación. Vana ilusión, el médico que me trató me dijo con mucha seriedad:
-Juan Bautista, no se vaya a institucionalizar, por favor.
-¿Institucionalizar? ¿Cómo así doctor?- Le pregunté
No me respondió nada pero un año después, al ingresar nuevamente al mismo hospital, comprendí lo que me había dicho.
Volví a salir con el mismo optimismo de siempre y repetí exactamente la misma secuencia: dos o tres meses, droga un año y otro deseo aparente de terminar con la droga. En el entretanto de las hospitalizaciones intentaba recuperarme con la ayuda de Alcohólicos anónimos y allí me toco participar en las primeras reuniones de narcóticos anónimos en Medellín, estas asociaciones le servían a algunas personas para ayudarles a dejar el trago o la droga, a mi me servían para envanecerme de mi inútil retórica, me convertí en lo que allá llaman un recaído crónico y en definitiva ninguno de mis intentos me llevó a alejarme definitivamente de la droga. Todos mis intentos por dejarla eran, hasta este momento, completamente honestos. En la última hospitalización, me dijo el siquiatra, para mi sorpresa y la de una hermana que me estaba patrocinando el tratamiento, que mi mal no tenía remedio, que allá me tratarían mientras volvía a recaer y así ad infinitum hasta mi muerte. Mi hermana se le enojó y él prácticamente hizo en nuestra presencia una junta médica en donde los demás siquiatras lo apoyaron en su mayoría.
PROBLEMAS SERIOS.
En el año de 1988 se me acabó el excelente trabajo que tenía y ahí fue Troya. En ese mismo año me internaron dos veces en el hospital mental.
Es probable que en ello haya tenido que ver que en este momento deje prácticamente de ver por mí. Aunque casi todo el tiempo trabajé nominalmente en la empresa de un hermano, el dinero que me ganaba lo utilizaba íntegramente para consumir droga. En este momento tampoco me importaba prácticamente nada: ni familia, ni trabajo, ni alimentación, ni vivienda. Por increíble que parezca no me importaba nada y no es una frase. Mi vida se reducía a buscar mil pesos para fumarme un basuco, fumármelo, buscar otros mil y así permanentemente. Creo que ante la imposibilidad de sostenerme acudí, como me lo pronosticó un siquiatra, a la institucionalización. Es tal el desprecio que sentía por mí que ni siquiera reclame el derecho que tenía a una temprana jubilación por incapacidad para trabajar. Contaba para ello con el diagnóstico de un siquiatra que me desahució por escrito diciendo que mi problema no tenía remedio. Por supuesto que nunca le creí y al final dejó de importarme, ya no deseaba recuperarme. En 1989, no sé a raíz de que, hice un nuevo intento, honesto como el que más y me hice internar en un tratamiento para farmacodependencia que había en el Hospital mental de Antioquia, duraba dos meses y medio y juro que me gradué con honores. Salí, convencido de que había encontrado la recuperación y durante algún tiempo tomé un ansiolítico suave que me mantenía equilibrado. Dejé de tomarlo, convencido como siempre que mis problemas con la droga habían terminado para siempre. Un mes después andaba en las mismas de siempre. ¿Qué pasó? No lo sé, lo que sí sé, es que había fracasado otro intento por recuperarme. Es de advertir que este intento fue realizado con los mejores profesionales que supuestamente había en Medellín en esa época. Es increíble la forma en que la vida siempre me ofreció oportunidades. Siempre conté con alguien que me protegiera. Para comenzar, siempre tuve trabajo nominal con un hermano. Digo nominal porque realmente mi trabajo era nulo, su oficina simplemente me servía de sitio de reposo entre mis salidas para fumar basuca. Sin embargo hubo otros a quienes incluso les presté servicios de sistemas que de alguna manera les fueron útiles, el costo para ello, fue exorbitante y sin embargo algunos estuvieron casi siempre conmigo. Cómo no mencionar a Álvaro V. en cuya oficina viví algún tiempo y del cual abusé sin misericordia. A Jaime C, y Socorro. Hubo ollas en las cuales prácticamente viví largos periodos, “trabajaba” en el día y en las noches me las pasaba allá. Hubo también períodos en donde estuve completamente en la calle. Hubo, por último, casi al final, un excelente periodo en Bogotá. Acabó de manera desastrosa pero fue inolvidable para mí y para mis asociados. Aun me avergüenza recordar como terminó todo. Me falta mencionar a Iván Darío, viví en su casa por allá entre 1996 y 1998, creo que casi todos ese tiempo lo pase bien y cuando vi a mi amigo en una caja mortuoria sufrí un golpe tremendo. Después de mi viaje a Bogotá en año 2003, regresé a Medellín e enero de 2004 y de ahí en adelante no pretendí más recuperarme, dejó de interesarme. Viví unos seis meses en las condiciones más lamentables que imaginarse alguien pueda y en junio o julio una hermana escuchó mi súplica, se compadeció de mí y me regaló con que vivir. Pagó una pieza con alimentación y arreglo de ropa y yo comencé nuevamente a engañar a mi hermano con el supuesto trabajo. ¿Si lo engañaría? Me parece imposible pero allí estaba trabajando. Esto duró un año y fue de una increíble dureza, vivía en función de la droga y era lo único que me importaba. Casi todos los meses le vendía el almuerzo del mes al dueño de la casa por cinco mil pesos, aun me parece increible, pero me lo compraba.
LA RECUPERACION
En julio me invitó un compañero para El Puente de la Iglesia en el municipio de Fredonia, fui donde mi hermano a que me autorizara el viaje y se puso feliz por la oportunidad que se me presentaba. Me fui para Fredonia, venía cada uno o dos meses a Medellín, recaía durante dos o tres días y volvía a Fredonia donde era siempre bien recibido. Le estaba haciendo un trabajo a mi amigo y él me necesitaba mientras lo terminaba. Lo terminé en diciembre, me fui el 19 para Medellín y nuevamente recaí. Regresé el 22 al Puente y mi amigo me echó de manera destemplada, ya no me necesitaba. En este momento ocurrió lo que para mí es un milagro:
Me dijo palabras parecidas a estas:
- Te vas, cochino, no te da pena
- Me quedé en silencio y agregó
- Y no te doy un peso. No busqués a nadie que nadie quiere saber de ti. Me llamaron Alberto y Socorro y hasta Juan David. Ninguno de ellos quiere volver a saber nada y que no se te ocurra buscarlos. Si querés te pago un sitio en Santa Teresa, aquí en Fredonia o si querés te vas para Medellín a comer mierda.
- Me voy para Medellín, a comer mierda- le contesté
- Aquí no te acostés, andate para el otro lado y te madrugás para Medellín.
- En silencio, me fui para donde me dijo y antes de llegar me devolví y le dije. Está bien, me voy para Santa Teresa.
¿Y cuál es el milagro? El milagro está en lo que sentí al retirarme a dormir. Fue una verdadera conmoción interior. A pesar de que hace mucho que no tenía para donde coger, lo sentí en ese momento. Me vi completamente vencido, no había camino para seguir y así lo acepté en lo más íntimo de mí ser.
Me acosté y madrugamos para ir a Fredonia. Allí nos encontramos con el director del centro de rehabilitación y no volví a creerme autosuficiente en cuestiones de droga. Sabía que me había vencido y que con ella no tenía nada que hacer.
Esta es la historia resumida de un adicto al alcohol y a las drogas y mi conclusión es que un adicto es un enfermo sin remedio, es posible salir de allí, mi caso lo demuestra, pero no por propia voluntad, el mierdero en el que uno se mete es una condena a cadena perpetua de la cual, algunos privilegiados, salimos sin que intervengamos de ninguna manera. Es imposible para mi saber que pasó y la respuesta a la inquietud de mi amigo es que el adicto, si verdaderamente lo es, está encadenado a su adicción y le queda imposible dejarla. Sólo lo alcanzará después de una crisis interior tan intensa como la que yo sufrí y después de ella si le toca hacer lo que sea para no volver a dejarse atrapar y para ello tiene muchos medios, comenzando por los que le ofrece la siquiatría y el rastro de su propia historia.
Fredonia, noviembre 8 de 2010

domingo, 26 de septiembre de 2010

Un baile en La Ladera

El baile era el sábado. Toda la semana estuvieron colocados los diagramas explicativos sobre como llegar a la casita de campo en que yo vivía, en los lugares más visibles de las oficinas del Ley. El baile era a beneficio de una natillera que teníamos en Data centro. La concurrencia prometía ser fabulosa, en mi casa todo estaba preparado. Sólo faltaba la música y para ello, el viernes, al salir del trabajo, compré cinco L.P de música bailable. En mi casa sólo había música colombiana, tangos y estilo Ortiz Tirado. Con mi música al hombro, salí para El Maracaná, café vecino a mi trabajo, donde tomé un rato con mis compañeros, de allí nos fuimos para el Colón y antes del amanecer, ya sólo, arranqué para Lovaina, sitio de mis predilecciones para continuar con mis farras. Eso es lo último que recuerdo, lo siguiente fue mi despertar en medio de un guayabo atroz, estaba acostado en el suelo, en medio de un mundo de gente desconocida. Tarde unos minutos en darme cuenta de que estaba detenido en una permanencia que al momento supe era la de Guayaquil. A los gritos llamé a los guardias a averiguar porque estaba allí y lo único que me dijeron fue que no me preocupara que a las ocho nos ibamos para La ladera. Se me cayó el mundo, ¿para La ladera? Era lo peor que me podía pasar, me aterrorizaba ir allá. En ese momento me di cuenta de que me había cambiado los zapatos, sin embargo, conservaba mi chaqueta, era finísima y no me la robaron porque seguramente les quedó imposible quitármela, no me explicaba que me había pasado, solo sentía un pánico que se acrecentaba, desesperado, me arrimé a un preso que me pareció peor que los demás y le dije:
- Si me pega un chuzón le regalo la chaqueta.
- ¿Cómo? ¿Usted está loco?
- Prefiero un hospital o el cementerio-le dije.
- Bueno, deme la chaqueta.
Se la di y en eso lo llamaron los guardias, el atendió y resulta que lo iban a remisionar para La ladera. Saló muy orondo y entonces a los gritos le dije a los guardias que se llevaba mi chaqueta. Se la quitaron, me la devolvieron y lo amenazaron con otro prontuario por atraco.
Cuando se fueron, me llovieron las propuestas para cambiarme la chaqueta por la puñalada, pero ya había recuperado la cordura y la rechacé.
Eran las siete y treinta de la mañana y comencé a mandar razones a ver si me podían sacar, a una cuadra, trabajaba un primo y él conocía bastante al inspector, le hice llegar razón y ni él ni nadie pudo hacer nada para sacarme de allí. A las 8, honrando la palabra, me llamaron para enviarme a la Ladera, en ese momento supe que era porque me había encontrado marihuana, cosa incomprensible para mí porque todavía no había llegado a consumir ninguna clase de droga.
Me subieron a la en esa época llamada celular, una camionetica adecuada para trasladar gente entre las inspecciones y la cárcel. Nos montaron a unas cinco personas en la parte de atrás y arrancaron con nosotros. Cuando íbamos subiendo por la Toma, me dice uno de los prisioneros, oiga, cambiemos la camisa y présteme la chaqueta que allá se las quitan, yo se las cuido. Le replique, oigan a este, esperemos a que me la quiten allá, ¿me la va a quitar desde aquí?
No dijimos una palabra más y llegamos a ese horrible caserón conocido por todos los medellinenses, incluso los que nacieron después de que la cerraron. No recuerdo muy bien el procedimiento por el cual nos ingresaron, creo que nos hicieron empelotar y nos requisaron minuciosamente antes de llevarnos a la llamada reseña. Era este un lugar al cual llegaban los detenidos antes de asignarles patio. El patio de reseña tenía un espacio aislado del verdadero patio en el cual estaban unas 10 personas, seguramente con rosca, aisladas del grueso de los detenidos y protegidas por guardianes, pues allí era que permanecían estos. Para mi sorpresa, al llegar escuche:
- ¡Profesor Vélez ¡
- Que hubo, respondí, al reconocer al rector de un colegio en el cual había sido profesor cuando estaba estudiando.
- ¿Qué le pasó? – me preguntó
- Le conté lo poco que sabía y me dijo que no me preocupara que él me ayudaba.
No me mintió, inmediatamente habló con un guardia y no me hicieron seguir al patio sino que me dejaron con el grupo de privilegiados.
Entré al patio por curiosidad y allí vi mis zapatos en los pies de un tipo mal encarado, le dije,
- Gracias hermano por los zapatos, como será el frio tan verraco que usted tiene en los pies con esos mocasines, en cambio con estas botas que me puso no me entra el frio
No me contestó y salí a mi sitio olímpicamente. Del compañero que más me acuerdo es un ex director de una cárcel, no recuerdo donde, lo cierto es que estaba detenido porque ejerciendo la dirección, se le intentó volar un interno y él le pegó un certero tiro en plena cabeza. Lo retiraron de la cárcel y lo metieron en otra porque lo acusaron de haberse sobrepasado, siendo ex campeón nacional de tiro, perfectamente le había podido pegar un tiro en una pata, pero se lo dio en plena testa.
Con excepción de este señor y del rector que me ayudo, no recuerdo a ningún otro interno, entre otras cosas al rector lo asesinaron años después, era un señor con mucho enredo.
Permanecí en ese sitio sábado, domingo y lunes festivo, el martes a media mañana, me llamaron, una hermana había logrado que me remitieran a un juzgado donde me harían una indagatoria, me llevó ella allí en un taxi, con un agente de seguridad de la cárcel, a diferencia de los presos comunes y corrientes a quienes después de muchos días los indagatoriaban bajándolos en un furgón en el cual siempre atracaban y a veces hasta violaban o herían a los primíparos. Lo que es una influencia aunque sea conseguida de una manera normal. ¡Cómo será con la gente de plata!
Pues bien, me llevaron donde el juez en compañía de mi hermana, y allí, después de preguntarme si un poquito de marihuana que el juez tenía era mío y de yo reconocerlo como tal sin recordar nada, el juez me dijo que eso me podía dar hasta tres años de cárcel y que sin embargo en atención a mi condición humana me iba a dejar libre. Me dio la boleta de libertad y con ella subí inmediatamente a la cárcel. Allí inicio su trámite y me dijeron que seguramente saldría al otro día, miércoles. Entré muy deprimido a mi sitio de reclusión, afortunadamente tenía plata que repartí entre todos los guardias que creí podrían ayudarme. En un momento dado, comenzó la lectura del destino por patios para quienes estábamos en reseña, a mi me mandaron creo que al cuarto, un patio común y corriente y me trasladaron hacia allá, en el camino, los caneros viejos me brindaban protección, por dinero naturalmente y eso contribuía a aterrorizarme más y más. Llegados a la entrada del cuarto patio, me llamaron, las intrigas que había seguido haciendo mi hermana dieron resultado y salí, con una alegría desbordada a los procedimientos establecidos para poder irme, estos eran más largos de lo que hubiera querido pero de todas maneras terminaron y me vi en la calle, incrédulo y lleno de vergüenza sin querer ver a nadie. Allí me esperaban, creo, mi hermana y mi señora. Ya en mi casa sabían que quería internarme y otra hermana estaba haciendo las gestiones apropiadas para lograrlo, fue imposible, por ser día del médico, conseguir una cita para que me remitieran a sicosomática del seguro. Lo cierto es que mi hermana me recetó pastillas para dormir y me fui para mi casa en medio de una absoluta depresión.
Al otro día muy temprano arrancamos para el seguro y de una vez me dejaron hospitalizado en sicosomática; era este el pabellón de los locos del seguro. Allí estuve dieciocho inolvidables días al final de los cuales y en medio de una pena invencible con mis compañeros de trabajo, regresé al mismo. Pude enterarme por fin, que el día del baile fueron llegando los invitados a mi casa y que mi señora los iba despachando a medida que llegaban. Lograron conseguir un estadero cercano para realizar el baile y debido al costo del mismo, resultó un fracaso económico para sus organizadores. Fue el medio para que todo el mundo se enterara de lo que me había pasado.
Salí un 3 de diciembre de 1975, tenía entonces treinta y un años. Esta experiencia habría sido suficiente para que cualquier persona se alejara del trago definitivamente. Para mí, fue el inicio de un intento más, fracasado por supuesto, para dejarlo, para rápidamente dejarla en el olvido y continuar el camino por el que había cogido.
Los recuerdos de mi visita al juez son demasiado confusos y los relaté en la forma en que creo recordarlos aunque seguramente están lejos de la realidad.

Juan Bautista Vélez

miércoles, 22 de septiembre de 2010

Mi paso por los evangélicos

Definitivamente la droga me llevó a conocer más cosas de las que hubiera querido.
Hubo en mi camino años de una dureza muy grande. En uno de ellos, sin saber para donde coger, a instancias de Ana Gil, mi madre, conversé con una joven que pertenecía a una iglesia evangélica. Ella me prometió que allí me liberaría de la droga y sin más para donde coger, le creí y fui a dar a un centro de rehabilitación dirigido por pastores evangélicos. Entre las obligaciones que adquiríamos los internos, estaba la de asistir obligatoriamente a los cultos religiosos que diariamente se celebraban en una iglesia de la comunidad a una cuadra del centro de rehabilitación.
Mi llegada allí fue muy dolorosa, a pesar del carácter religioso, el personal no tenía nada que envidiarle al que se encuentra en el ambiente más deprimido de todos por los que me tocó trasegar. Algunos de ellos eran violentos y no sé de qué manera logré acomodarme a esas personas. Me amenazaron los tres o cuatro primeros días pero sobreviví exitosamente, no sé cómo, pero lo hice.
Madrugábamos diariamente al culto, allí estábamos, valga la expresión, religiosamente a la seis de la mañana. Llegábamos y nos sumábamos al grupo de personas “normales” que acudía a la iglesia. Nosotros éramos el grueso de los asistentes. La primera vez que asistí a un culto, no sabía qué hacer, todo el mundo estaba completamente amoldado a los rituales del culto. Me sentía ridículo con solo pensar en cantar y ni se diga nada de levantar las manos en actitud de incomprensible éxtasis.
Al tercer día, uno de los pastores, hizo con indudable eficacia, un rito que consiste en hacer sentir a los nuevos asistentes como lo que son: personas desechadas por sí mismos, por la familia y por la sociedad. La gracia, está en obligarlos a reconocer su condición y llevarlos a creer que sólo Cristo podrá redimirlos y que indudablemente lo hará. El que lo reconozca debe dar un paso al frente y acercarse al pastor con el corazón contrito. Aunque me rebele inicialmente, no sé en qué momento cambie de opinión y me acerque llorando al pastor. El continuo su rito con las personas que nos acercamos y quedé, tengo que reconocerlo, envuelto por una completa y total felicidad.
A partir de ese momento: comencé a cantar con un entusiasmo contagioso y desbordado, incluso en algunos momentos de fervor, levanté los brazos y creo que incluso alcance a danzar.
La joven que me llevó allá, iba a visitarme y al ver mi felicidad me recordó la garantía que me había dado. Pasaba el tiempo y cada vez me sentía mas contento por el tesoro que había encontrado.
La dialéctica de los pastores era impresionante, sus charlas bíblicas, diariamente nos llegaban con puntos de vista que a uno nunca se le ocurrirían. Evidentemente tenían un excelente entrenamiento. Un una ocasión nos invitaron a un convivencia alrededor de Cristo y allí comencé a encontrar inconsistencias entre lo que oía y lo que veía. Supe que para la convivencia tenían el patrocinio completo de una organización evangélica americana y sin embargo cobraron el costo de la misma como si los internos debiéramos pagarla. Claro está que nuestros familiares estaban tan contentos como nosotros con el “proceso de recuperación” en el que estábamos inmersos y no fue difícil que nos pagaran el viaje ya pago.
En la convivencia se presentaron algunos concursos bíblicos y para mi extrañeza vi los mejores predicadores haciendo trampa para ganárselos.
Allí pude tener una extraordinaria experiencia erótica con una hermosa cristiana, ella para mi sorpresa se obsesionó conmigo y prácticamente se me entregó y yo en un alarde de pureza cristiana la rechacé y de ello todavía no acabo de arrepentirme. Esa si era una verdadera virgen. ¡Qué pendejada la mía!
Entre los milagros recibidos en esa época, recuerdo que fue a visitarme una hermana que no me podía ver, quedó tan conmovida con la pobreza en que vivíamos que nos regaló un televisor en blanco y negro que nos facilitó el pasar del tiempo con los programas que veíamos. Mi hermana fue con una prima que nos consiguió una finca a la cual fuimos en un hermoso día de diciembre. La finca tenía mangos en cantidades y pudimos cogerlos y llevar sin limitación alguna.
Comencé a trabajar y salía del centro después del culto y regresaba en las últimas horas de la tarde. El Pastor comenzó una campaña bíblica para que yo aportara el humilde 10% de mis entradas que le correspondían como diezmo. Fue tan intensa la campaña que al fin me decidí a comenzar a pagarlo, le comenté a otro pastor quien ni corto ni perezoso me dijo:
- Juan Bautista: usted no tiene que darle el diezmo obligatoriamente a la iglesia, puede hacerlo aportando al sostenimiento de alguno de los estudiantes pobres que yo manejo.
- ¿Si¿ -Le pregunté
- Claro, vaya a mi casa que estoy viendo que usted merece un discipulado y por ahí derecho me lleva el diezmo que yo lo distribuyo.
Fui a su casa, me dio algunas enseñanzas, con énfasis en los fundamentos bíblicos de la contribución al sostenimiento de los servidores de Cristo y con gallardía recibió mi contribución.
En esos días contraté a un hijo para qué me hiciera un trabajo y esta es la hora en la cual no me ha perdonado porque lo obligue a pagar el diezmo. Se lo deduje religiosamente de su pago y se lo entregué al Pastor.
En la Iglesia había un importante lugar orientado a fortalecer el cumplimento de las obligaciones que los miembros tenían con su Iglesia. En él había un tarjetero público con los nombres de todos los miembros con la fecha de pago del diezmo y la certificación por parte del Pastor de que habían cumplido adecuadamente con el pago. Por supuesto que no había morosos. ¿Quién iba a someterse al escarnio público?
En un momento de fervor religioso le prometí al Pastor que iba a poner mi tarjeta y aun recuerdo el brillo de sus ojos cuando le hice mi promesa, promesa que nunca se realizó.
Nos invitaron un día a una concentración de evangélicos en el sector del estadio. Invité, creo, a un hijo, y de todas maneras allí estuve y para mi sorpresa, la concentración consistía en la subida al podio de una serie de prestigiosos pastores, todos, sin excepción se limitaban a solicitar contribuciones económicas que los asistentes, como borregos, acataban generosamente. Me queda el consuelo de que no me sacaron un peso.
Una de las experiencias más deprimentes que tuve fue cuando llegó a la Iglesia un famoso pastor peruano. Casualmente lo trajo un antiguo compañero mío de narcóticos anónimos, había conseguido plata y cayó como muchos de nosotros en las manos de uno de estos embaucadores. El pastor nos dio una corta charla y nos dijo que nos iba a hacer una demostración del poder de Dios, no sin antes advertirnos, que lo que íbamos a ver no era nada especial, que si nosotros nos esforzábamos rápidamente podríamos hacer lo mismo que íbamos a ver: nos hizo filar y nos dijo que nos fuéramos acercando a él uno por uno, el primero de la fila se acercó obedientemente, el hizo algo que uno no podía ver exactamente que era pero se fue, sin que supiéramos como, estrepitosamente al suelo. Llamó entonces al segundo y la historia se repitió sucesivamente con todos los que llegaba hasta él. Cuando llegó mi turno, se puso a un costado mío, por detrás, puso su pie contra mis pies y me empujo suavemente, yo no tenía para donde moverme y por supuesto que caí como todos los demás, Lo llamativo no es que todos hayamos caído al suelo, sino que nadie haya protestado contra tan burdo truco.
Comencé a conseguir cosas para el centro con algunos de mis amigos y ese fue el comienzo de mi retirada del centro. Otra hermana me consiguió una donación de alimentos y nos los llevaron en medio de la alegría de los residentes. Cuál no sería mi sorpresa al ver que el pastor se había quedado con los mejores elementos de la donación. Hice el reclamo y el pastor en compañía de su señora trató de explicarme lo inexplicable. Devolvió algunas cosas que todavía tenía y a la señora se le veía la rabia por mi atrevimiento al reclamarle al pastor. Esto también me ocasionó problemas con los más entusiastas de mis compañeros.
Conseguí un camión con madera, útil especialmente para hacer las camas que no teníamos, con una amiga que gerenciaba una empresa en la cual la madera sobraba en grandes cantidades. Al tercer día, después de esta contribución, llegue al centro y me encontré con la noticia de que me tenía que ir del centro porque lo habían reestructurado y no podían permitir que los residentes salieran en el día.
Me retiré sin dolor por perder lo que tenía, afortunadamente tenía en ese momento como seguir sufriendo de cuenta mía. Sin embargo eso me hizo despertar de la hipnosis en que me tenían los evangélicos. Seguramente habrá Pastores decentes, pero a aquellos que conocí, no quiero volver a verlos. Hoy en día no creo en religiones de ninguna clase y me siento afortunado por ello.

Juan Bautista Vélez

martes, 20 de julio de 2010

Histori de un estilógrafo

Entre los regalos de mi papá, hubo uno que marcó el inicio de la parte más oscura de mi vida. Un día, antes de mi grado de bachiller, con mucho orgullo, sacó del bolsillo un estuchito y en él había un hermoso estilógrafo parker de oro que me entregó y me sentí tan orgulloso de recibirlo como el de regalármelo.

Quince días después se murió mi papá y durante un año mi casa se convirtió en un cementerio. En ese año estudié y lo hice como el mejor. Hubo dos cosas que me hicieron sentir como los dioses en ese mi primer año en la facultad: mostrar disimuladamente mis libros en inglés y sacar mi estilógrafo en todas las oportunidades que se me presentaban. El mismo día en que terminé mi primer año de carrera, comencé a trabajar, por horas, en una empresa de comunicaciones propiedad de un profesor de la facultad. ! Ahí fue Troya!

Comencé a beber prácticamente desde mi primer pago, mi mamá para mi eterna desgracia, nunca me obligó a asumir ninguna responsabilidad y aprendí a ser un irresponsable. Todo mi dinero lo derrochaba en trago y putas. La relación con mi mamá se convirtió en un odio para con ella que se manifestaba sin que tuviera ninguna conciencia de lo que me pasaba. Ella, débil como ninguna, se convirtió en dócil marioneta en mis manos. No le pedía nada, todo se lo exigía, seguí creciendo, a pesar de estar ya crecido, convencido de que todo me lo merecía. Cuando se me acababa la plata en medio de una farra, ahí estaba el estilógrafo, que me sacaba de penurias. Lo empeñaba y mi mamá, maliciosa como siempre fue me preguntaba:
- Juan, ¿Dónde está el estilógrafo?
- Por ahí- era siempre mi respuesta
Doña Ana no comió cuento, siempre fue muy jodida y una vez, nunca lo olvidaré, después de un empeño, se me aparece con el estilógrafo y me lo entrega con estas proféticas palabras:
- Juan, no empeñes, se te convierte en un vicio
- La rabia que me dio cuando me lo entregó fue de padre y señor mió.
No le quedaron ganas de intervenir nuevamente en este aspecto de mi vida. En represalia, regalé el estilógrafo ¡para que aprendiera! ¡Que idiotas eran mi soberbia y mi petulancia!

La verdad es que ella no aprendió y yo muchísimo menos. Desde esa época, hasta unos años antes de su muerte, ocurrida 40 años después, conservé el mismo tipo de relación con ella.

Antes de la muerte de mi padre era un ahorrador de raca-mandraca y así logré, moneda a moneda, comprar semejante escritorio de gerente, ya se lo quisiera Nicanor, recuerdo que lo compré en Sears Roebuck, allá donde queda actualmente el Éxito de Colombia, pues bien, este fue otro de los bienes que empeñaba cuando se me acababa el dinero para beber y mi vieja, pobre vieja siempre resultaba pagando el pato. Acudía a ella cuando se me iba a quedar y me mandaba para donde su viejo amigo el padre Ángel quien siempre me daba el dinero para sacar nuevamente el escritorio.
Después, durante años ella se dedicó a viajar y prácticamente despareció de mi vida Venía y la veía ocasionalmente y en las veces que le quise sacar plata no lo logré porque mi hermana era su administradora y me imposibilitaba el acceso a sus billetes. Sin embargo siempre la torturé tratando de manipularla para que me diera plata, sin necesitarla realmente, y no pude.

Tuve durante algunos años ingresos suficientes para vivir en medio de una rasca permanente y en el entretanto sus bienes desaparecieron de manera que no viene al caso analizarla.

Cuando pasó el tiempo y yo también perdí mis ingresos me dedique a consumir de cuenta de los demás, y fue ella la única persona a la cual le quitaba, íntegros los pocos pesos que lograba conseguir y que se escapaban de la agalla de mi competencia, otro hermano incluso más vividor que yo.

Todo pesito que le llegaba terminaba en mis manos. Cuando digo pesito, no es una figura literaria, nadie le daba nada que valiera la pena por temor a que terminara en mis manos y la verdad es que en ellas terminaba.

A veces, cuando salía de su casa con los pocos pesos que le había quitado, trataba de llegar algún remordimiento pero nunca fue lo suficientemente intenso ni para molestarme realmente ni para llevarme a cambiar en mi actitud para con ella. ¡Cuánto dolores le cause! Pobre vieja, como hubiera sido de diferente su vida si no hubiera sido tan débil para ceder siempre a mis demandas. ¿Cuándo imaginé en mis gloriosos la manera en que me iba a comportar con ella con el paso del tiempo? Jamás. Aprendí, pero a veces me pregunto: ¿Pude aprender más fácil? Por supuesto que no hay respuesta, la verdad es que la vida es como es y ella es la maestra que nos enseña, querámoslo o no a los que tenemos la suerte de sobrevivir a sus lecciones y me siento muy agradecido por eso.

lunes, 10 de mayo de 2010

Mis flechas

Te los voy a dar, pero no me vas a coger de flecha. Dicho y hecho, se metió la mano al dril, saco un billete de mil y me lo entregó con evidente desgano. Me dio mucha dificultad cumplirle y sólo le pedí una vez más en unos diez años y por supuesto me negó la solicitud. Era un buen ajedrecista, Toño A, maestro internacional por más señas.

Estoy haciendo en este momento un inventario de las flechas que tuve:

• Alvaro V. mi hijo decía, Alvaro te ve y saca la billetera. Tenía razón, por supuesto. Lo molesté entre diez y quince años, la frecuencia variaba por tiempos. Llegué a molestarlo diariamente y nunca me negó lo que le pedía. La cuota normal eran cinco mil pesos.
• Arturo C. Primo mio, lo molestaba una vez a la semana. Mil pesitos era su cuota.
• Juan D. Hijo mío, lo molestaba una vez a la semana aunque la verdad poco de gaminería, casi nunca cayó en mis redes.
• Toño, me querido Toño, lo molestaba una o dos veces al mes, se moría de la rabia pero casi nunca era capaz de decirme que no.
• Abel, Abel, dizque el buen hijo, lo molestaba una vez en el trimestre y me tocaba aguantarme su furia por mil benditos pesos
• Luis Fernando: un médico amigo de infancia. Por lo menos una vez a la semana, le daba tristeza verme, con contadas excepciones me regalaba dos mil pesos.
• Antonio V. un buen amigo matemático. Lo visitaba esporádicamente, no bajaba de veinte, me contestaba la viva voz de la desesperanza, me creía irredimible y sin embargo no me fallaba.
• Javier V: curita que se arrepintió toda la vida de haberme contratado para “economizar en un sistema parroquial”. Nunca pudo contratar un sistema más costoso. Buena gente como poquitos, no bajó de veinticinco mientras duró y duro y duró y duró.
• Jorge M. un ajedrecista de mis épocas universitarias. Lo visitaba semanalmente en el Maracaibo y nunca me falló con dos mil pesitos. Dios lo tenga en su gloria.
• Jaime Z. Otro ajedrecista del Maracaibo, pinponero rebuscador. Con muchas dificultades le sacaba entre quinientos y mil.
• Gustavo E. Ajedrecista a quien le dolía en el alma regalarme quinientos pesos, a veces lo lograba, pero que batalla.
• Oscar R. Escultor retirado del alcohol. Solía encontrármelo los domingos y la mayoría de las veces me soltaba un billete de dos. También perdió las esperanzas en mi y por eso al final me los daba sin remordimientos.
• Javier N. Ex compañero de trabajo, acostumbraba caerle a las cuatro o cinco de la mañana en EE.PP al salir del trabajo. No me fallaba con mil. Algunas veces cayó en cantidades significativas y siempre se arrepintió.
• Alvaro M. Compañero de infancia. Lo molestaba una o dos veces por semana por épocas. Era de los pocos con quienes me avergonzaba, nunca se arrepintió lo bastante de haberme dicho que trabajaba en una oficina de bolsa en la Oriental. Allí le esperaba la llegada y lo vacunaba.
• Jaime O. Me decía socio, semanalmente me regalaba dos mil pesos. Compañero de barra en mi juventud. Tenía la ventaja de que en algunas ocasiones encontraba con él a otros amigos de infancia que me daban algunos billetes. Entre cinco y diez mil pesos.
• Ivan R. Otro amigo de infancia, fue muy generosos conmigo antes de que se cansara, no bajaba de veinte.
• Rogelio R. Tres mil pesitos era su cuota, lo buscaba únicamente cuando jugaba torneos de ajedrez pues tenía su oficina en el estadio, muy cerca de la torre del ajedrez. Lo deprimía regalármelos pero me los daba.
• Javier S. Tenía depósitos de madera en guayaquil, otro compañero de infancia, con muchas dificultades algunas veces me regalaba mil pesos. Murió de cáncer hace unos cuatro años. Era visita semanal.
• Joaquín. Viejo compañero de estudios y de ajedrez. Era víctima en los torneos de la liga. Complicadito quitarle mil pesos pero muchas veces lo logré. Ha buena gente el viejo Juáco.
• Eduardo G. Ajedrecista, mientras manejó una papelería de su familia lo visité semanalmente junto a la Veracruz y nunca me falló con dos mil pesos, algunas veces cinco. Después fue muy complicado encontrarlo aunque una que otra vez vez lo logré.
• Hubo muchos a quienes también les quitaba mil pesos en los torneos de ajedrez, especialmente en el señior máster: Ramiro, Emilio C, Gonzalo G
• Jaime V. Casado con una sicóloga, ingeniero de sistemas por más señas, trabajo conmigo en un proyecto de Eafit. Un hombre integro y generoso. Lo visitaba esporádicamente con excelentes resultados. Sus sentimientos variaban de la rabia a la tristeza, mi descaro llego al punto de pedirle aguinaldo empresial… y me lo dio. Saludes a un excelente amigo.
• Oli, el viejo Oli, tuvo un corto periodo de dureza conmigo pero su buenagentura no se lo permitía y volvimos a las andadas. Me regaló uno de los cuatro pasajes que me conseguí telefónicamente para venirme de Bogotá. Su cuota normal era de cinco.
• Alberto V. El pobre Alberto me colaboró por las buenas y por las malas. Sus colaboraciones fueron mucho más que vacunas, no tendría con que pagarle si se le ocurriera cobrarme
• Socorro V. La pobre Soco me colaboró por las buenas y por las malas. Sus colaboraciones fueron mucho más que vacunas, tampoco tendría con que pagarle si se le ocurriera cobrarme. Los engaños a los que acudí con esta última pareja fueron incontables. Sus comportamientos no tienen explicación alguna. ¡Pura bacanería!
• Ana Gil. Mi pobre viejecita, no digo nada por respeto a quien siempre irrespeté.

• Jaime O. Ajedrecista de Envigado, ha duro que es don Jaime, pero buena gente como el sólo. Gracias don Jaime.

Esta entrada merece una ampliación y a fe que la haré. Se lo merecen mis amigos y favorecedores.