Definitivamente la droga me llevó a conocer más cosas de las que hubiera querido.
Hubo en mi camino años de una dureza muy grande. En uno de ellos, sin saber para donde coger, a instancias de Ana Gil, mi madre, conversé con una joven que pertenecía a una iglesia evangélica. Ella me prometió que allí me liberaría de la droga y sin más para donde coger, le creí y fui a dar a un centro de rehabilitación dirigido por pastores evangélicos. Entre las obligaciones que adquiríamos los internos, estaba la de asistir obligatoriamente a los cultos religiosos que diariamente se celebraban en una iglesia de la comunidad a una cuadra del centro de rehabilitación.
Mi llegada allí fue muy dolorosa, a pesar del carácter religioso, el personal no tenía nada que envidiarle al que se encuentra en el ambiente más deprimido de todos por los que me tocó trasegar. Algunos de ellos eran violentos y no sé de qué manera logré acomodarme a esas personas. Me amenazaron los tres o cuatro primeros días pero sobreviví exitosamente, no sé cómo, pero lo hice.
Madrugábamos diariamente al culto, allí estábamos, valga la expresión, religiosamente a la seis de la mañana. Llegábamos y nos sumábamos al grupo de personas “normales” que acudía a la iglesia. Nosotros éramos el grueso de los asistentes. La primera vez que asistí a un culto, no sabía qué hacer, todo el mundo estaba completamente amoldado a los rituales del culto. Me sentía ridículo con solo pensar en cantar y ni se diga nada de levantar las manos en actitud de incomprensible éxtasis.
Al tercer día, uno de los pastores, hizo con indudable eficacia, un rito que consiste en hacer sentir a los nuevos asistentes como lo que son: personas desechadas por sí mismos, por la familia y por la sociedad. La gracia, está en obligarlos a reconocer su condición y llevarlos a creer que sólo Cristo podrá redimirlos y que indudablemente lo hará. El que lo reconozca debe dar un paso al frente y acercarse al pastor con el corazón contrito. Aunque me rebele inicialmente, no sé en qué momento cambie de opinión y me acerque llorando al pastor. El continuo su rito con las personas que nos acercamos y quedé, tengo que reconocerlo, envuelto por una completa y total felicidad.
A partir de ese momento: comencé a cantar con un entusiasmo contagioso y desbordado, incluso en algunos momentos de fervor, levanté los brazos y creo que incluso alcance a danzar.
La joven que me llevó allá, iba a visitarme y al ver mi felicidad me recordó la garantía que me había dado. Pasaba el tiempo y cada vez me sentía mas contento por el tesoro que había encontrado.
La dialéctica de los pastores era impresionante, sus charlas bíblicas, diariamente nos llegaban con puntos de vista que a uno nunca se le ocurrirían. Evidentemente tenían un excelente entrenamiento. Un una ocasión nos invitaron a un convivencia alrededor de Cristo y allí comencé a encontrar inconsistencias entre lo que oía y lo que veía. Supe que para la convivencia tenían el patrocinio completo de una organización evangélica americana y sin embargo cobraron el costo de la misma como si los internos debiéramos pagarla. Claro está que nuestros familiares estaban tan contentos como nosotros con el “proceso de recuperación” en el que estábamos inmersos y no fue difícil que nos pagaran el viaje ya pago.
En la convivencia se presentaron algunos concursos bíblicos y para mi extrañeza vi los mejores predicadores haciendo trampa para ganárselos.
Allí pude tener una extraordinaria experiencia erótica con una hermosa cristiana, ella para mi sorpresa se obsesionó conmigo y prácticamente se me entregó y yo en un alarde de pureza cristiana la rechacé y de ello todavía no acabo de arrepentirme. Esa si era una verdadera virgen. ¡Qué pendejada la mía!
Entre los milagros recibidos en esa época, recuerdo que fue a visitarme una hermana que no me podía ver, quedó tan conmovida con la pobreza en que vivíamos que nos regaló un televisor en blanco y negro que nos facilitó el pasar del tiempo con los programas que veíamos. Mi hermana fue con una prima que nos consiguió una finca a la cual fuimos en un hermoso día de diciembre. La finca tenía mangos en cantidades y pudimos cogerlos y llevar sin limitación alguna.
Comencé a trabajar y salía del centro después del culto y regresaba en las últimas horas de la tarde. El Pastor comenzó una campaña bíblica para que yo aportara el humilde 10% de mis entradas que le correspondían como diezmo. Fue tan intensa la campaña que al fin me decidí a comenzar a pagarlo, le comenté a otro pastor quien ni corto ni perezoso me dijo:
- Juan Bautista: usted no tiene que darle el diezmo obligatoriamente a la iglesia, puede hacerlo aportando al sostenimiento de alguno de los estudiantes pobres que yo manejo.
- ¿Si¿ -Le pregunté
- Claro, vaya a mi casa que estoy viendo que usted merece un discipulado y por ahí derecho me lleva el diezmo que yo lo distribuyo.
Fui a su casa, me dio algunas enseñanzas, con énfasis en los fundamentos bíblicos de la contribución al sostenimiento de los servidores de Cristo y con gallardía recibió mi contribución.
En esos días contraté a un hijo para qué me hiciera un trabajo y esta es la hora en la cual no me ha perdonado porque lo obligue a pagar el diezmo. Se lo deduje religiosamente de su pago y se lo entregué al Pastor.
En la Iglesia había un importante lugar orientado a fortalecer el cumplimento de las obligaciones que los miembros tenían con su Iglesia. En él había un tarjetero público con los nombres de todos los miembros con la fecha de pago del diezmo y la certificación por parte del Pastor de que habían cumplido adecuadamente con el pago. Por supuesto que no había morosos. ¿Quién iba a someterse al escarnio público?
En un momento de fervor religioso le prometí al Pastor que iba a poner mi tarjeta y aun recuerdo el brillo de sus ojos cuando le hice mi promesa, promesa que nunca se realizó.
Nos invitaron un día a una concentración de evangélicos en el sector del estadio. Invité, creo, a un hijo, y de todas maneras allí estuve y para mi sorpresa, la concentración consistía en la subida al podio de una serie de prestigiosos pastores, todos, sin excepción se limitaban a solicitar contribuciones económicas que los asistentes, como borregos, acataban generosamente. Me queda el consuelo de que no me sacaron un peso.
Una de las experiencias más deprimentes que tuve fue cuando llegó a la Iglesia un famoso pastor peruano. Casualmente lo trajo un antiguo compañero mío de narcóticos anónimos, había conseguido plata y cayó como muchos de nosotros en las manos de uno de estos embaucadores. El pastor nos dio una corta charla y nos dijo que nos iba a hacer una demostración del poder de Dios, no sin antes advertirnos, que lo que íbamos a ver no era nada especial, que si nosotros nos esforzábamos rápidamente podríamos hacer lo mismo que íbamos a ver: nos hizo filar y nos dijo que nos fuéramos acercando a él uno por uno, el primero de la fila se acercó obedientemente, el hizo algo que uno no podía ver exactamente que era pero se fue, sin que supiéramos como, estrepitosamente al suelo. Llamó entonces al segundo y la historia se repitió sucesivamente con todos los que llegaba hasta él. Cuando llegó mi turno, se puso a un costado mío, por detrás, puso su pie contra mis pies y me empujo suavemente, yo no tenía para donde moverme y por supuesto que caí como todos los demás, Lo llamativo no es que todos hayamos caído al suelo, sino que nadie haya protestado contra tan burdo truco.
Comencé a conseguir cosas para el centro con algunos de mis amigos y ese fue el comienzo de mi retirada del centro. Otra hermana me consiguió una donación de alimentos y nos los llevaron en medio de la alegría de los residentes. Cuál no sería mi sorpresa al ver que el pastor se había quedado con los mejores elementos de la donación. Hice el reclamo y el pastor en compañía de su señora trató de explicarme lo inexplicable. Devolvió algunas cosas que todavía tenía y a la señora se le veía la rabia por mi atrevimiento al reclamarle al pastor. Esto también me ocasionó problemas con los más entusiastas de mis compañeros.
Conseguí un camión con madera, útil especialmente para hacer las camas que no teníamos, con una amiga que gerenciaba una empresa en la cual la madera sobraba en grandes cantidades. Al tercer día, después de esta contribución, llegue al centro y me encontré con la noticia de que me tenía que ir del centro porque lo habían reestructurado y no podían permitir que los residentes salieran en el día.
Me retiré sin dolor por perder lo que tenía, afortunadamente tenía en ese momento como seguir sufriendo de cuenta mía. Sin embargo eso me hizo despertar de la hipnosis en que me tenían los evangélicos. Seguramente habrá Pastores decentes, pero a aquellos que conocí, no quiero volver a verlos. Hoy en día no creo en religiones de ninguna clase y me siento afortunado por ello.
Juan Bautista Vélez
miércoles, 22 de septiembre de 2010
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