martes, 9 de noviembre de 2010

Historia super resumida de un adicto

A raíz de una conversación con un amigo, quien cree que el adicto es un sinvergüenza que se queda ahí porque quiere, decidí hacer un análisis sobre lo que me pasó.
LOS AÑOS GLORIOSOS.
Comencé a beber a los 20 años. Acababa de terminar mi primer año de carrera y me dieron un trabajo por horas en una empresa relacionada con lo que estaba estudiando. Cada que me pagaban me gastaba prácticamente todo lo que recibía en trago. Normalmente comenzaba con los amigos en los cafés de nuestra predilección y terminaba con algunos de ellos en Lovaina, amaneciendo muchas veces. Desafortunadamente en la casa no me exigían colaboración alguna y así aprendí a ser un completo irresponsable. ¿Pude cambiar eso? No lo creo, el ser humano es cómodo por naturaleza y el camino fácil fue el que seguí, ahora, ¿cuál hubiera sido la historia si me hubieran exigido alguna responsabilidad para con mi casa? No lo sé, pero probablemente hubiera aprendido a beberme lo que me sobraba, habría aprendido que se tienen obligaciones para con uno y para con los demás.
Así seguí durante el tiempo que trabajé en esa empresa, unos tres o cuatro años, después comencé a manejar un negocio con un hermano y ganaba muy buen dinero, tampoco me enseñaron a ser responsable y todos los gastos de la casa corrían por cuenta de mi mamá. Cualquiera puede pensar que uno da su contribución por iniciativa propia, quien diga eso no conoce ni por el forro a los seres humanos. Yo estaba convencido que todo me lo tenían que dar, jamás se me paso por la cabeza que, por ejemplo, tuviera que comprar un libro para la facultad de cuenta mía o que siquiera pagara mis pasajes y para colmo de males, a nadie se le ocurrió tampoco enseñarme algo aparentemente tan elemental. Me dejaron crecer haciendo lo que me daba la gana, no conocí límites y aprendí que a la autoridad se la pasaba uno por la galleta, de milagro no me convertí en un criminal aunque, de alguna forma, los que vivimos de manera irresponsable lo fuimos.
Cuando trabajé en el negocio paterno solté la gata: me conseguí una mocita y para esa relación, debido a mi timidez, tenía que beber y vaya si lo hacía, dejé de beber con mis amigos y me dedique a beber con ella, cuando menos pensé dejé de estudiar por completo y decidí dizque irme para Méjico a estudiar y efectivamente lo hice, para irme, viaje a Bogotá con mi amiga, me dejo el avión y fueron otros ocho días bebiendo con ella antes de irme, quince días después estaba nuevamente en Colombia buscando a mi amiga, los compañeros de farra no creían que había estado en Méjico. En ese momento el trago me había cogido mucha ventaja, posiblemente lo habría podido dejar si lo hubiera querido y hubiera buscado la ayuda necesaria. La verdad es que también me quedaba imposible dejarlo porque no me interesaba bajo ningún punto de vista. Llegado a Colombia me bebí todo lo que me quedaba y decidí volver a estudiar. No quise volver a Ingeniería Eléctrica porque habían cambiado el pensum y tenía que ver una materia que ya había visto. Cambie de carrera y encontré un grupo de personas al cual me integré completamente, en eléctrica era una persona totalmente aislada. Ya con un grupo social que me admitía todas mis rascas, seguí bebiendo de igual manera sin que en ningún momento me interesara dejarlo. Sin cambiar mi comportamiento, tres años después terminé mi carrera, comencé a trabajar y me casé. Quince días después de mi matrimonio estaba amaneciendo en la calle como si nunca me hubiera casado. Trabajaba como si no tuviera ninguna obligación con la empresa que me había contratado, amanecía en la calle ocasionalmente y no iba a trabajar con alguna frecuencia. Así trabaje un año. Hasta este momento, había bebido 11 años, todos de manera desastrosa y en ningún momento se me ocurrió dejar el trago, y estaba convencido de que en el momento que quisiera dejar de beber lo haría sin ninguna dificultad.
PRIMEROS PROBLEMAS.
Hasta este momento mis principales problemas eran la cantaleta de mi señora y el susto cuando después de una rasca encontraba la chequera sin cheques y sin saber ni a quién ni por cuánto los había girado.
El 6 de enero de 1974, me emborraché y la embarré de una manera que aun no sé cuál fue, estaba en una finca y el siete me vine para Medellín y continué bebiendo hasta el martes cuando llegó mi señora. Fue la primera vez que intenté dejar de beber, lo hice yendo a alcohólicos anónimos y me sirvió. Pare inmediatamente pero al mes perdí el interés y seguí haciéndolo como si no hubiera pasado nada durante otro año. Me metieron a la cárcel en noviembre de 1975 porque me encontraron cinco pesos de mariguana en el bolsillo, no sé cómo llego eso a mis manos si yo no la consumía. Lo cierto es que estuve tres días en la cárcel de La Ladera y al salir no quería dejarme ver de nadie. Ahí comenzó mi segundo intento por dejar el trago, estuve hospitalizado por primera vez por alcoholismo, allí duré 18 días y salí directo para A.A. Permanecí sin beber durante dos o tres meses al final de los cuales proseguí mi carrera alcohólica. Así seguí otro año, mi comportamiento en todas parte iba empeorando, mis lagunas eran permanentes y vivía de fiado. La plata escasamente me alcanzaba para beber. En la empresa seguían ignorando mis faltas. Me mataba era el sentimiento de culpa para con mis hijos, mi casa y mi empresa. Al finalizar el año de 1976 cambiaron de jefe y era tanta mi culpa por el tratamiento que me daban que renuncié al trabajo en medio de un guayabo atroz y para mi sorpresa, me la aceptaron. Quince días después me dejo la señora y después de otros días de farra, sin un peso en el bolsillo volví a Alcohólicos anónimos. En marzo de 1977 me vinculé laboralmente en mejores condiciones que las que tenía anteriormente, seguía sin beber, hasta que en una fiesta, el gran jefe me incitó a tomarme unos rones y yo ni corto ni perezoso lo hice, que idiotez la mía. Locura, la define A.A., es cometer los mismos errores esperando resultados diferentes. Inmediatamente quedé en la misma situación en que estaba al comenzar el año, y sí, comencé a faltar al trabajo en mi nueva empresa. No hubo diferencias con la anterior, ignoraron todas mis faltas. ¿Pude detenerme en este momento? La verdad es que lo ignoro, lo que sé, es que en los cortos periodos en que la necesidad me empujaba a parar, lograba hacerlo durante unos días con la ayuda médica o de A.A pero siempre volvía a lo mismo. Un año después de estar trabajando en mi nueva empresa consumí marihuana por primera vez en mi vida, a pesar del terror que le tenía. Me dio mucha dificultad hacerlo y lo hice a instancias de una mujer que conocí en Lovaina la zona de tolerancia de Medellín. No lo podía creer, pero esta droga me encantó y aunque solo la consumía cuando tenía relaciones sexuales, éstas eran muy frecuentes y le pagué una pieza a mi amiga donde pasamos numerosas noches consumiéndola. Durante el primer año de esta relación, recibí frecuentes ofrecimientos de basuca y algunas pruebas rápidas de la misma. Como no fumaba se me dificultaba volverme adicto a ella, sin embargo, con el paso de los meses me fue gustando hasta que me agarró por completo. Estas drogas solo las usaba en la misma forma: como afrodisiaco, nunca, en esos primeros años, la use de otra manera. Eso sí, cada vez la usaba con mayor frecuencia. Seis años después de comenzar a fumar basuca, prácticamente me echaron del trabajo. Sentí que se me acababa el mundo. Comencé a trabajar con un hermano y tres meses después estaba ganando más plata que en toda mi vida. Me vinculé por contrato a una empresa que no tenía en Colombia el servicio de sistemas que necesitaba y me convertí en su proveedor de sistemas. Estuve juicioso unos tres o cuatro meses y continué con mayor seriedad mi carrera de autodestrucción. Viví en medio de una fiesta permanente de droga y sexo en donde después de cada capítulo me asaltaban deseos de no seguir drogándome pero se me hacía imposible. Fui por vez primera a un hospital mental y me recluyeron en un pabellón para los que no tenían recursos económicos. Allí estuve aproximadamente un mes, al final del cual salí convencido de mi recuperación. Vana ilusión, el médico que me trató me dijo con mucha seriedad:
-Juan Bautista, no se vaya a institucionalizar, por favor.
-¿Institucionalizar? ¿Cómo así doctor?- Le pregunté
No me respondió nada pero un año después, al ingresar nuevamente al mismo hospital, comprendí lo que me había dicho.
Volví a salir con el mismo optimismo de siempre y repetí exactamente la misma secuencia: dos o tres meses, droga un año y otro deseo aparente de terminar con la droga. En el entretanto de las hospitalizaciones intentaba recuperarme con la ayuda de Alcohólicos anónimos y allí me toco participar en las primeras reuniones de narcóticos anónimos en Medellín, estas asociaciones le servían a algunas personas para ayudarles a dejar el trago o la droga, a mi me servían para envanecerme de mi inútil retórica, me convertí en lo que allá llaman un recaído crónico y en definitiva ninguno de mis intentos me llevó a alejarme definitivamente de la droga. Todos mis intentos por dejarla eran, hasta este momento, completamente honestos. En la última hospitalización, me dijo el siquiatra, para mi sorpresa y la de una hermana que me estaba patrocinando el tratamiento, que mi mal no tenía remedio, que allá me tratarían mientras volvía a recaer y así ad infinitum hasta mi muerte. Mi hermana se le enojó y él prácticamente hizo en nuestra presencia una junta médica en donde los demás siquiatras lo apoyaron en su mayoría.
PROBLEMAS SERIOS.
En el año de 1988 se me acabó el excelente trabajo que tenía y ahí fue Troya. En ese mismo año me internaron dos veces en el hospital mental.
Es probable que en ello haya tenido que ver que en este momento deje prácticamente de ver por mí. Aunque casi todo el tiempo trabajé nominalmente en la empresa de un hermano, el dinero que me ganaba lo utilizaba íntegramente para consumir droga. En este momento tampoco me importaba prácticamente nada: ni familia, ni trabajo, ni alimentación, ni vivienda. Por increíble que parezca no me importaba nada y no es una frase. Mi vida se reducía a buscar mil pesos para fumarme un basuco, fumármelo, buscar otros mil y así permanentemente. Creo que ante la imposibilidad de sostenerme acudí, como me lo pronosticó un siquiatra, a la institucionalización. Es tal el desprecio que sentía por mí que ni siquiera reclame el derecho que tenía a una temprana jubilación por incapacidad para trabajar. Contaba para ello con el diagnóstico de un siquiatra que me desahució por escrito diciendo que mi problema no tenía remedio. Por supuesto que nunca le creí y al final dejó de importarme, ya no deseaba recuperarme. En 1989, no sé a raíz de que, hice un nuevo intento, honesto como el que más y me hice internar en un tratamiento para farmacodependencia que había en el Hospital mental de Antioquia, duraba dos meses y medio y juro que me gradué con honores. Salí, convencido de que había encontrado la recuperación y durante algún tiempo tomé un ansiolítico suave que me mantenía equilibrado. Dejé de tomarlo, convencido como siempre que mis problemas con la droga habían terminado para siempre. Un mes después andaba en las mismas de siempre. ¿Qué pasó? No lo sé, lo que sí sé, es que había fracasado otro intento por recuperarme. Es de advertir que este intento fue realizado con los mejores profesionales que supuestamente había en Medellín en esa época. Es increíble la forma en que la vida siempre me ofreció oportunidades. Siempre conté con alguien que me protegiera. Para comenzar, siempre tuve trabajo nominal con un hermano. Digo nominal porque realmente mi trabajo era nulo, su oficina simplemente me servía de sitio de reposo entre mis salidas para fumar basuca. Sin embargo hubo otros a quienes incluso les presté servicios de sistemas que de alguna manera les fueron útiles, el costo para ello, fue exorbitante y sin embargo algunos estuvieron casi siempre conmigo. Cómo no mencionar a Álvaro V. en cuya oficina viví algún tiempo y del cual abusé sin misericordia. A Jaime C, y Socorro. Hubo ollas en las cuales prácticamente viví largos periodos, “trabajaba” en el día y en las noches me las pasaba allá. Hubo también períodos en donde estuve completamente en la calle. Hubo, por último, casi al final, un excelente periodo en Bogotá. Acabó de manera desastrosa pero fue inolvidable para mí y para mis asociados. Aun me avergüenza recordar como terminó todo. Me falta mencionar a Iván Darío, viví en su casa por allá entre 1996 y 1998, creo que casi todos ese tiempo lo pase bien y cuando vi a mi amigo en una caja mortuoria sufrí un golpe tremendo. Después de mi viaje a Bogotá en año 2003, regresé a Medellín e enero de 2004 y de ahí en adelante no pretendí más recuperarme, dejó de interesarme. Viví unos seis meses en las condiciones más lamentables que imaginarse alguien pueda y en junio o julio una hermana escuchó mi súplica, se compadeció de mí y me regaló con que vivir. Pagó una pieza con alimentación y arreglo de ropa y yo comencé nuevamente a engañar a mi hermano con el supuesto trabajo. ¿Si lo engañaría? Me parece imposible pero allí estaba trabajando. Esto duró un año y fue de una increíble dureza, vivía en función de la droga y era lo único que me importaba. Casi todos los meses le vendía el almuerzo del mes al dueño de la casa por cinco mil pesos, aun me parece increible, pero me lo compraba.
LA RECUPERACION
En julio me invitó un compañero para El Puente de la Iglesia en el municipio de Fredonia, fui donde mi hermano a que me autorizara el viaje y se puso feliz por la oportunidad que se me presentaba. Me fui para Fredonia, venía cada uno o dos meses a Medellín, recaía durante dos o tres días y volvía a Fredonia donde era siempre bien recibido. Le estaba haciendo un trabajo a mi amigo y él me necesitaba mientras lo terminaba. Lo terminé en diciembre, me fui el 19 para Medellín y nuevamente recaí. Regresé el 22 al Puente y mi amigo me echó de manera destemplada, ya no me necesitaba. En este momento ocurrió lo que para mí es un milagro:
Me dijo palabras parecidas a estas:
- Te vas, cochino, no te da pena
- Me quedé en silencio y agregó
- Y no te doy un peso. No busqués a nadie que nadie quiere saber de ti. Me llamaron Alberto y Socorro y hasta Juan David. Ninguno de ellos quiere volver a saber nada y que no se te ocurra buscarlos. Si querés te pago un sitio en Santa Teresa, aquí en Fredonia o si querés te vas para Medellín a comer mierda.
- Me voy para Medellín, a comer mierda- le contesté
- Aquí no te acostés, andate para el otro lado y te madrugás para Medellín.
- En silencio, me fui para donde me dijo y antes de llegar me devolví y le dije. Está bien, me voy para Santa Teresa.
¿Y cuál es el milagro? El milagro está en lo que sentí al retirarme a dormir. Fue una verdadera conmoción interior. A pesar de que hace mucho que no tenía para donde coger, lo sentí en ese momento. Me vi completamente vencido, no había camino para seguir y así lo acepté en lo más íntimo de mí ser.
Me acosté y madrugamos para ir a Fredonia. Allí nos encontramos con el director del centro de rehabilitación y no volví a creerme autosuficiente en cuestiones de droga. Sabía que me había vencido y que con ella no tenía nada que hacer.
Esta es la historia resumida de un adicto al alcohol y a las drogas y mi conclusión es que un adicto es un enfermo sin remedio, es posible salir de allí, mi caso lo demuestra, pero no por propia voluntad, el mierdero en el que uno se mete es una condena a cadena perpetua de la cual, algunos privilegiados, salimos sin que intervengamos de ninguna manera. Es imposible para mi saber que pasó y la respuesta a la inquietud de mi amigo es que el adicto, si verdaderamente lo es, está encadenado a su adicción y le queda imposible dejarla. Sólo lo alcanzará después de una crisis interior tan intensa como la que yo sufrí y después de ella si le toca hacer lo que sea para no volver a dejarse atrapar y para ello tiene muchos medios, comenzando por los que le ofrece la siquiatría y el rastro de su propia historia.
Fredonia, noviembre 8 de 2010