El baile era el sábado. Toda la semana estuvieron colocados los diagramas explicativos sobre como llegar a la casita de campo en que yo vivía, en los lugares más visibles de las oficinas del Ley. El baile era a beneficio de una natillera que teníamos en Data centro. La concurrencia prometía ser fabulosa, en mi casa todo estaba preparado. Sólo faltaba la música y para ello, el viernes, al salir del trabajo, compré cinco L.P de música bailable. En mi casa sólo había música colombiana, tangos y estilo Ortiz Tirado. Con mi música al hombro, salí para El Maracaná, café vecino a mi trabajo, donde tomé un rato con mis compañeros, de allí nos fuimos para el Colón y antes del amanecer, ya sólo, arranqué para Lovaina, sitio de mis predilecciones para continuar con mis farras. Eso es lo último que recuerdo, lo siguiente fue mi despertar en medio de un guayabo atroz, estaba acostado en el suelo, en medio de un mundo de gente desconocida. Tarde unos minutos en darme cuenta de que estaba detenido en una permanencia que al momento supe era la de Guayaquil. A los gritos llamé a los guardias a averiguar porque estaba allí y lo único que me dijeron fue que no me preocupara que a las ocho nos ibamos para La ladera. Se me cayó el mundo, ¿para La ladera? Era lo peor que me podía pasar, me aterrorizaba ir allá. En ese momento me di cuenta de que me había cambiado los zapatos, sin embargo, conservaba mi chaqueta, era finísima y no me la robaron porque seguramente les quedó imposible quitármela, no me explicaba que me había pasado, solo sentía un pánico que se acrecentaba, desesperado, me arrimé a un preso que me pareció peor que los demás y le dije:
- Si me pega un chuzón le regalo la chaqueta.
- ¿Cómo? ¿Usted está loco?
- Prefiero un hospital o el cementerio-le dije.
- Bueno, deme la chaqueta.
Se la di y en eso lo llamaron los guardias, el atendió y resulta que lo iban a remisionar para La ladera. Saló muy orondo y entonces a los gritos le dije a los guardias que se llevaba mi chaqueta. Se la quitaron, me la devolvieron y lo amenazaron con otro prontuario por atraco.
Cuando se fueron, me llovieron las propuestas para cambiarme la chaqueta por la puñalada, pero ya había recuperado la cordura y la rechacé.
Eran las siete y treinta de la mañana y comencé a mandar razones a ver si me podían sacar, a una cuadra, trabajaba un primo y él conocía bastante al inspector, le hice llegar razón y ni él ni nadie pudo hacer nada para sacarme de allí. A las 8, honrando la palabra, me llamaron para enviarme a la Ladera, en ese momento supe que era porque me había encontrado marihuana, cosa incomprensible para mí porque todavía no había llegado a consumir ninguna clase de droga.
Me subieron a la en esa época llamada celular, una camionetica adecuada para trasladar gente entre las inspecciones y la cárcel. Nos montaron a unas cinco personas en la parte de atrás y arrancaron con nosotros. Cuando íbamos subiendo por la Toma, me dice uno de los prisioneros, oiga, cambiemos la camisa y présteme la chaqueta que allá se las quitan, yo se las cuido. Le replique, oigan a este, esperemos a que me la quiten allá, ¿me la va a quitar desde aquí?
No dijimos una palabra más y llegamos a ese horrible caserón conocido por todos los medellinenses, incluso los que nacieron después de que la cerraron. No recuerdo muy bien el procedimiento por el cual nos ingresaron, creo que nos hicieron empelotar y nos requisaron minuciosamente antes de llevarnos a la llamada reseña. Era este un lugar al cual llegaban los detenidos antes de asignarles patio. El patio de reseña tenía un espacio aislado del verdadero patio en el cual estaban unas 10 personas, seguramente con rosca, aisladas del grueso de los detenidos y protegidas por guardianes, pues allí era que permanecían estos. Para mi sorpresa, al llegar escuche:
- ¡Profesor Vélez ¡
- Que hubo, respondí, al reconocer al rector de un colegio en el cual había sido profesor cuando estaba estudiando.
- ¿Qué le pasó? – me preguntó
- Le conté lo poco que sabía y me dijo que no me preocupara que él me ayudaba.
No me mintió, inmediatamente habló con un guardia y no me hicieron seguir al patio sino que me dejaron con el grupo de privilegiados.
Entré al patio por curiosidad y allí vi mis zapatos en los pies de un tipo mal encarado, le dije,
- Gracias hermano por los zapatos, como será el frio tan verraco que usted tiene en los pies con esos mocasines, en cambio con estas botas que me puso no me entra el frio
No me contestó y salí a mi sitio olímpicamente. Del compañero que más me acuerdo es un ex director de una cárcel, no recuerdo donde, lo cierto es que estaba detenido porque ejerciendo la dirección, se le intentó volar un interno y él le pegó un certero tiro en plena cabeza. Lo retiraron de la cárcel y lo metieron en otra porque lo acusaron de haberse sobrepasado, siendo ex campeón nacional de tiro, perfectamente le había podido pegar un tiro en una pata, pero se lo dio en plena testa.
Con excepción de este señor y del rector que me ayudo, no recuerdo a ningún otro interno, entre otras cosas al rector lo asesinaron años después, era un señor con mucho enredo.
Permanecí en ese sitio sábado, domingo y lunes festivo, el martes a media mañana, me llamaron, una hermana había logrado que me remitieran a un juzgado donde me harían una indagatoria, me llevó ella allí en un taxi, con un agente de seguridad de la cárcel, a diferencia de los presos comunes y corrientes a quienes después de muchos días los indagatoriaban bajándolos en un furgón en el cual siempre atracaban y a veces hasta violaban o herían a los primíparos. Lo que es una influencia aunque sea conseguida de una manera normal. ¡Cómo será con la gente de plata!
Pues bien, me llevaron donde el juez en compañía de mi hermana, y allí, después de preguntarme si un poquito de marihuana que el juez tenía era mío y de yo reconocerlo como tal sin recordar nada, el juez me dijo que eso me podía dar hasta tres años de cárcel y que sin embargo en atención a mi condición humana me iba a dejar libre. Me dio la boleta de libertad y con ella subí inmediatamente a la cárcel. Allí inicio su trámite y me dijeron que seguramente saldría al otro día, miércoles. Entré muy deprimido a mi sitio de reclusión, afortunadamente tenía plata que repartí entre todos los guardias que creí podrían ayudarme. En un momento dado, comenzó la lectura del destino por patios para quienes estábamos en reseña, a mi me mandaron creo que al cuarto, un patio común y corriente y me trasladaron hacia allá, en el camino, los caneros viejos me brindaban protección, por dinero naturalmente y eso contribuía a aterrorizarme más y más. Llegados a la entrada del cuarto patio, me llamaron, las intrigas que había seguido haciendo mi hermana dieron resultado y salí, con una alegría desbordada a los procedimientos establecidos para poder irme, estos eran más largos de lo que hubiera querido pero de todas maneras terminaron y me vi en la calle, incrédulo y lleno de vergüenza sin querer ver a nadie. Allí me esperaban, creo, mi hermana y mi señora. Ya en mi casa sabían que quería internarme y otra hermana estaba haciendo las gestiones apropiadas para lograrlo, fue imposible, por ser día del médico, conseguir una cita para que me remitieran a sicosomática del seguro. Lo cierto es que mi hermana me recetó pastillas para dormir y me fui para mi casa en medio de una absoluta depresión.
Al otro día muy temprano arrancamos para el seguro y de una vez me dejaron hospitalizado en sicosomática; era este el pabellón de los locos del seguro. Allí estuve dieciocho inolvidables días al final de los cuales y en medio de una pena invencible con mis compañeros de trabajo, regresé al mismo. Pude enterarme por fin, que el día del baile fueron llegando los invitados a mi casa y que mi señora los iba despachando a medida que llegaban. Lograron conseguir un estadero cercano para realizar el baile y debido al costo del mismo, resultó un fracaso económico para sus organizadores. Fue el medio para que todo el mundo se enterara de lo que me había pasado.
Salí un 3 de diciembre de 1975, tenía entonces treinta y un años. Esta experiencia habría sido suficiente para que cualquier persona se alejara del trago definitivamente. Para mí, fue el inicio de un intento más, fracasado por supuesto, para dejarlo, para rápidamente dejarla en el olvido y continuar el camino por el que había cogido.
Los recuerdos de mi visita al juez son demasiado confusos y los relaté en la forma en que creo recordarlos aunque seguramente están lejos de la realidad.
Juan Bautista Vélez
domingo, 26 de septiembre de 2010
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