sábado, 5 de septiembre de 2009

Elegancia

¡Es una elegancia!, Si señor ese man es una elegancia. Esa frase ahorraba adjetivos laudatorios en la descripción de las características de una persona.

Cuando llegué a esa casa y todo el mundo llamaba Elegancia a un tipo desmirriado, y con todo el aspecto de una serpiente cascabel, me quedé de una pieza y me pregunté, y aun me los sigo preguntando, la razón de tan inapropiado sobrenombre. El señor ese no se destacaba absolutamente por nada. En orden de importancia lo que se le veía por encimita era:

• Un gay que se avergonzaba de serlo, aparentando ser muy hombre, esos me aterran. Si son maricas que no enronquezcan la voz
• Un escapero, esa era su profesión.
• Un azarador permanente. Todas sus palabras estaban destinada a aterrorizar el vecino que se encontrara cerca.
• Por último, y lo más notorio, un basuqero de tiempo completo.

En esos tiempos en que lo conocí, me mantenía en casa de Miguel el mueco, era este un mandadero cuya persistencia en trepar socialmente lo había llevado a ser el dueño de la casa a donde acudíamos, entre otros, Elegancia y yo diariamente. Él lo trataba como mi apá y yo simplemente le decía Miguel. Este se había hecho sacar la dentadura, completa, para dizque no volver a tener dolores de muelas y lo consiguió de esta manera radical.

Miguel se surtía con mercancía muy acreditada entre los usuarios del servicio y cobraba la calidad duplicándonos el precio a nosotros sus sufridos y aguantadores clientes. En esos días me resultaron buenos ingresos por mis trabajos como programador de computadores. Le vendí un programa de computadores a un curita en el barrio 12 de octubre y este diariamente, mientras ponía a funcionar el sistema, me abonaba entre 25 y cuarenta mil pesos que religiosamente se quedaban donde el mueco. Vendí otro de mis programas a un investigador de mercados y el dinero tuvo el mismo destino, le vendí el sistema del cura al párroco de una iglesia en Sabaneta y este negocio marcó el comienzo del fin de mis viajes donde el mueco. Creo que después de esta historia ya no volví a encerrarme en ninguna casa a fumar basuca. Lo hacia recorriendo las calles de Medellín y algunos municipios vecinos.

Como venía diciendo, el mueco traía la basuca de un proveedor muy acreditado y en esos días de mi historia accedió, después de muchas negativas, a comprar una libra que un señor había traído del sur de Colombia, lo cierto es que la compró y se dedicó durante algunos días a empacar su propia mercancía. Esto, por supuesto, le traía más riesgos que comprándola ya organizada a un proveedor externo. Un día, por cierto el mismo en que logré que el curita de Sabaneta me cancelara el programa que le había vendido, estábamos todos reunidos fumando unos más que otros, pero todos lo hacíamos con la misma ansiedad de siempre, Elegancia estaba con un tipo que yo por lo menos no conocía y por casualidad nos encontramos en uno de los salones de la casa. Como siempre acostumbraba se dedicó a conversar con su amigo de una manera criptográfica, dejando deslizar ocasionalmente frases en las que sin mencionarme, me agredía y me hacía conocer veladamente amenazas que no podía comprender. Por fin, no se aguantó y le dijo directamente a su amigo: Hoy si es el último día que Juan B. viene a esta casa. Ya está todo listo. Yo me retiré de la sala, tratando de no demostrar el susto que tenía. El vivía en esas, aunque era la primera vez que lo hacía de esa manera tan directa.

La plata que me había pagado el cura ya se había terminado, a no ser por dos o tres mil pesos que siempre escondía para el amanecer, como en algunas otras ocasiones Miguel me había fiado para que siguiera fumando lentamente. Estaba la parranda en todo su apogeo cuando casi tumban la puerta de los golpes tan tesos que le estaban dando y comenzaron a gritar repetidamente ¡Abran la puerta! Todo el mundo a sus puestos, inmediatamente se vio que era la policía y todos corrimos a esconder los cosos que teníamos. Mi apá le ordenó a sus hombres que escondieran lo armado y lo que quedaba de la libra de basuca. Nos llevaron a todos para la sala y nos dieron elementos para aparentar que estábamos trabajando en la pintura de cerámicas. A todos nos tocó ensuciarnos con la pintura que nos fue entregada junto con pinceles, brochas y artesanías.

Cuando todo estaba organizado, mi apá, llamó a un teléfono de un alto oficial de la policía que se lo había dejado porque la última vez que entró la policía se presentaron abusos que el oportunamente denunció, 30 segundos después de comunicarse con él, dio la orden y le abrieron la puerta a la policía. Entraron insultando y gritándole a todo el mundo, mi apá tranquilamente le dijo al oficial que le reclamaba por la demora en abrir:

- Por favor, que pase al teléfono.
- Cual teléfono ni que putas. No tengo que hablar con nadie.
- Vea señor, es su jefe, por favor puede pasar. El oficial desconcertado tomó el teléfono y no se la creía cuando efectivamente era su superior jerárquico.

Después de la conversación, cesó en sus insultos, no se creyó el cuento de las cerámicas, sin embargo, al no encontrar nada después de mucho buscar, se retiró muerto de la rabia con todos sus poliches.

Cuando se fueron, me dio miedo, y empecé a decirle a todo el que me encontraba que con seguridad eso era un soplón, lo hice para alejar cualquier sospecha y lo único que conseguí fue confirmar la trampa que Elegancia hábilmente había organizado contra mí.

Pocas veces he sentido el miedo que me dio ese amanecer. Seguimos fumando, una vieja siguió pegada de mis plones, todos los demás se retiraron discretamente de quien todos, incluido el suscrito, sabíamos que estaba condenado.

No se cual será el sistema de comunicación que se establece para sin decir una palabra todo el mundo sepa lo que está pasando y peor aun, lo que va a pasar.

Unas tres horas después de irse la policía, tocaron a la puerta. Cada que tocaban yo miraba expectante quien era el que iba a entrar y en esta ocasión cuando vi el señor que entró tuve la seguridad de que ese era el sicario encargado de hacerle el trabajito a Miguel, todo generado por la película que elegancia le monto al mueco. Para certificar mi pálpito, la pecosa, quien continuaba acompañándome, se retiró bruscamente de mi lado dejándome sólo. El señor apenas entró subió donde Miguel y bajó diez minutos después, dirigiéndose hacia el sitio donde yo estaba. Sin dejarlo llegar salí inmediatamente hacia donde el mueco. Su puerta estaba abierta y vi su sorpresa porque nunca imaginó que subiría a hablar con él.

- Miguel, le dije, ¿qué pasa? ¿Por qué me van a matar?
- Oigan a este, me dijo. ¿Por qué crees que te van a matar?
- Yo se. ¿quién es el responsable de que viniera la policía? ¿qué te dijo Elegancia?
- El dijo que usted fue con un curita de Sabaneta a poner una denuncia contra esta casa porque aquí vendían basuca
- He ave María, ¿y él cómo supo del curita de Sabaneta?
- Yo no se, pero no se preocupe que nadie lo va a matar.
- No le creí y le dije
- Miguel, lo que uno hace se lo cobra la vida, no se le olvide. En ese momento intervino su mujer, la bizca Rosalba y dijo:
- Si mijo, eso que dice Juan B es verdad

Salí de la pieza y baje las escalas, al bajar sentí un silencio tan profundo que me devolví apresuradamente para donde Miguel pero el había cerrado la puerta y no me quiso abrir. Sin decir una palabra me dirigí a la azotea de la casa, rogando porque la fiera de perro que Miguel tenía estuviera encerrada. No la sentí y me dirigí al techo saltando rápidamente los dos pisos que me separaban de la calle. Al llegar al segundo, salí al techo de un parqueadero y mientras pensaba como saltar, se quebró una teja y caí sobre una moto del parqueadero. Inmediatamente llegó uno de los funcionarios del parqueadero. Me sujetó y me reclamó airadamente por la teja y el golpe a la moto. Le rogué desesperadamente porque me dejará salir contándole que me iban a matar. No se compadeció, le insistí y le insistí diciéndole que aunque no tenía plata me dejará hacer una llamada y yo se la conseguía. En esas estaba cuando me dio por mirar hacia la casa de donde me había volado y los vi a todos en el muro, supuse que ya estaba que llegaba el sicario y ellos se agarraron a gritar:
- No le crea nada y no lo deje ir

Ellos que gritan eso y aun hoy no se que pasó. Cinco segundos después estaba yo en la calle corriendo lo más lejos posible de esa casa. Me fui recorriendo las calles de manera que no me encontraran al perseguirme. No miré una sola vez para atrás hasta llegar al barrio Guayaquil, distante unas quince cuadras de donde me encontraba. Allí me metí a una olla que conocía, compre dos cosos con dos mil pesos que tenia guardados y me los fume, junto con los que me quedaban de donde Miguel. Con mucho miedo, salí unas dos horas después, llamé a un amigo y le conté el peligro en que estaba. En ese momento me di cuenta de que tenía sangre en la cabeza y el hombro me dolía mucho. Fui donde mi amigo en un taxi que el me pagó. Allí conversamos y se ofreció a llevarme a Policlínica, pasamos por la casa dónde yo vivía y a la distancia vi a Miguel el mueco con uno de los contertulios de su casa, iban por la zona donde yo vivía y supuse que estaban buscándome. El no sabía exactamente donde pero si conocía la zona. Me agache, le comente a mi amigo y seguimos para policlínica. No me di cuenta de la ruta hasta que íbamos a pasar exactamente por la casa de Miguel, me aterroricé y lo regañé por imprudente. ¡Que descaro el mío! No se inmutó y siguió conmigo hasta policlínica. Me atendieron y afortunadamente no me había pasado nada serio.
¿Qué hacer? No tenía a donde ir, pues no pensaba volver a mi sitio de residencia, ninguno de mis familiares me recibía en su casa y no tenía, en síntesis a donde ir. Una de mis hermanas se condolió y me consiguió con un curita amigo una finca donde me fui a vivir por dos meses largos. Después de este tiempo, cómo es la locura de un adicto, volví a la casa de Miguel el mueco. Fui aproximadamente unos tres meses más y por las cosas que me pasaron no volví a fumar encerrado en una casa. Era incapaz de aguantar la psicosis que me producía estar encerrado.

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