domingo, 2 de agosto de 2009

Herencias

Creo que a mi papá una de las cosas que más le preocupaba al final de su vida era lo que pasaría con nosotros después de su muerte, especialmente en el campo económico. Y en cualquiera de las cosas en que hubiera pensado se equivocó de principio a fin.
Se que tenía dos cosas que lo obsesionaban: Francisco y Luz Marina, la menor de la casa. De acuerdo a la información que mi padre tenía en ese momento, habían buenas razones para preocuparse, Francisco era la rebeldía en pasta, no había estudiado absolutamente nada, sus comportamientos eran de una tremenda agresividad, incluso en ese momento estaba prestando servicio militar, no solamente porque mis padres consideraron que esa experiencia podría ayudarle a disminuir su rebeldía, sino también porque eran incapaces de manejarlo. Toda su adolescencia y parte de su juventud la había pasado interno en sitios especiales para personas con graves problemas de comportamiento. La menor de mis hermanas tenía ocho años y esa era la razón de la preocupación de mi padre. Yo, al contrario de Francisco, era la imagen perfecta del modelo de persona que deseaba mi padre: sumiso, obediente, buen estudiante y absolutamente juicioso. El único problema es que esa era mi imagen, la realidad es que era un reprimido absoluto, incapaz de expresar mis convicciones, aceptaba todo lo que los demás me imponían, muerto de la rabia, me dejaba dominar sin oponer ninguna resistencia. Era, al final de cuentas, mucho más rebelde que Francisco además de ser extremadamente miedoso y resentido. Esas tres características marcaron mi vida y me impidieron ser, durante muchos años, lo que mi padre había previsto para mí.

Todo cálculo que hagamos sobre lo que pasará con un ser humano en el futuro estará equivocado y por eso es sano evitar las angustias que nos causa el hacer cuentas sobre lo que pasará con quienes, entre las personas que nos importan, nos sobrevivan.

Aunque no lo creamos nada podemos hacer por ellos, definitivamente la vida los irá llevando y ellos y tendrán que aprender a entender sus dictados, ella es una maestra que pese a todos nuestros esfuerzos nos enseña lo que quiere que aprendamos sin que se deje conmover por el costo. Esta bien que hagamos planes con respecto a nosotros y a los demás, ellos nos permitirán pasarlo entretenidos pero siempre se quedaran en eso: planes sujetos a factores que no manejamos y que por lo tanto se estrellaran contra la realidad, tan dolorosa o alegre como ella sea.

Mi padre nos dejó con que vivir cómodamente varios años, éramos nueve, contando a mi madre. Hubo tres que aprovecharon su herencia, los restantes la dilapidamos rápida y alegremente. Nueve años después de la muerte de mi padre no quedaba un peso de su fortuna. A dos de nosotros se nos hizo un regalo adicional, no quedó una profesión terminada antes de que se evaporaran los recursos familiares.

A pesar de todo, la vida fue amable con mi familia. Cierto que la mayoría pasamos por grandes dificultades, incluso económicas, pero a la larga nos estabilizamos, emocional y económicamente, no me refiero a grande capitales, simplemente a vivir disfrutando de lo suficiente y la mayoría disfrutamos de la vida y de lo que ella nos concede.

Yo no fui un padre para mis hijos, fui lo que se llama un padre ausente y no asumí mis responsabilidades para con ellos. No porque no quisiera sino porque no tuve los elementos para hacerlo. A mi, en lo personal, no me preocupa que pase con ellos cuando muera, se que sería inútil, la vida los tomará de su mano y será su responsabilidad seguirla o no. Ni mi padre ni nadie pudo hacer nada por mi, ni yo podría hacerlo por mis hijos. Si tienen suerte, a mi muerte le quedará con que vivir dos o tres meses y eso es más de lo que nadie se imaginó hace cuatro años. Si no la conociera, le pediría a la vida los trate con clemencia, pero es inútil, ella no se conmueve por los ruegos de nadie así lo que pasó conmigo, a veces me haga dudar de esta aseveración.

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