domingo, 19 de julio de 2009

Recuerdos de juventud

Recuerdos de juventud.

Mis primeros impulsos sexuales fueron resueltos con muchas dificultades con el conocido recurso de yo con yo, no sabía de relaciones entre seres humanos. Tendría doce o trece años. En bachillerato me causó muchos problemas porque había profesores, especialmente el de química, dedicados a aterrorizarnos con historias escalofriantes sobre lo que les pasaba a quienes acudían a la masturbación. ¡Que ignorancia la nuestra! Y supongo que él también lo era en estos temas.

Aunque me crié casi en pleno Lovaina, no recuerdo ninguna asociación con putas en mi adolescencia y juventud, lo ignoraba todo sobre ellas. La primera noticia la tuve en algunos recorridos que hizo el bus del colegio, cuando estaba en cuarto de bachillerato, por el barrio Guayaquil. Los mayores se dedicaban, muertos de la risa, a hacerle señas a cuanta vieja veían recostadas contra las paredes de las casas por donde pasábamos. La seña consistía, simplemente, en mostrar las dos manos, en una destacando dos dedos y en la otra uno. Supe, después de mucho preguntar sin encontrar respuesta, que esto significaba: dos pesos para la vieja y uno para pagar la pieza. La verdad no le paré muchas bolas a eso.

Ya en quinto y sexto de bachillerato recorríamos diariamente las calles de Lovaina y el Fundungo, las del Fundungo por la tarde y las de Lovaina por la noche. En las tardes nos metíamos a todos los solares dizque a gatear y juro que nunca vi algo diferente a los calzones y los brasieres de alguna puta descuidada y por las noches recorríamos las animadas calles de Lovaina viendo putas por todas partes sin que hiciéramos algo diferente a recrear la vista. Por increíble que parezca a la juventud de hoy en día casi termino mi bachillerato lleno de virginidad. Estaba en sexto cuando nuestro maestro, experto en esas lides de Guayaco, nos llevo maldadosamente a que nos desvirgaran. Las instrucciones eran muy simples: a la que le guste le pregunta: ¿Cuánto? Y no le de más de dos y cinco y eso sí, le dice que en pelota.

La experiencia fue inolvidable, dábamos y dábamos vueltas sin encontrar una que me gustara, cuando por fin la encontré le dije:

- ¿Cuánto?
- Cinco pa´mi y dos de pieza.
- ¿En pelota?
- ¿En pelota? Oigan a este guevón, no me le empeloto a mi mozo, pa empelotámele a este culicagado.

Repetí la experiencia hasta que me rendí, y entre dispuesto a que no se empelotara.
Entramos a una pieza con un olor a creso impresionante, había también un taburete viejo sobre el cual reposaba una ponchera con agua humeante y unos pedazos de papel higiénico dispuestos sobre el mismo taburete. No sabía que hacer, la vieja simplemente se acostó recogiéndose la falda y quitándose los calzones. Yo por supuesto me empeloté y me dediqué a hacer lo que supuse había que hacer. A los dos minutos la vieja empezó a acosar:
- ¿Qué hubo pues? ¿Se va a quedar toda la noche o qué? Como pude, dos o tres minutos después terminé y la vieja casi me saca de la pieza.


Que decepción tan berraca. ¿Eso era pichar? ¡Que jartera! A pesar de todo le dije a mis amigos que que maravilla, eso sí es lo mejor que hay. Después de tanta alabanza tuve que empeñar mi reloj para prestarle los siete pesos a un amigo que quería también tener la experiencia. Juro que se los presté de pura maldad.

Después de esta primera experiencia, tan desastrosa, no me explico todavía como me aficioné de tal manera a estar con las putas. Se convirtieron durante mucho tiempo en lo mejor que la vida ofrecía para mí.

Mi amigo, el experto, se convirtió, con el paso del tiempo, en un voyerista profesional, andaba taladro en mano perforando ventanas en el vecindario donde vivíamos. Le vendí mi trabajo de física en sexto de bachillerato, era un periscopio y el hombre no se la creía cuando le conté sobre mi aparato. Se recorría los entejados de la manzana en la cual vivía tratando de ver las mujeres en posición viciada. Además de voyerista también se aficionó a las mujeres casadas lo cual le costó la vida hace unos siete años.

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